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Mostrábase, sí, muy satisfecho cuando lograba ver a las dos muchachas, tan lindas y frescas como dos pimpollos; ellas pasaban a su lado, plegando las faldas vaporosas de miedo de mancharlas y haciendo un gestito de desagrado con la boca encantadora. En cuanto a su hermano, nunca le vió y si llegaba a columbrarle en la calle, escabullíase avergonzado.
Gasta lindas corbatas.... ¡Es natural! ¡No había de usar harapos de seda, como ese pañuelo raído y sempiterno que lleva usted al cuello, a manera de dogal, amigo don Cosme! No hay que divagar. Sigamos con el capítulo primero. Pregunto: ¿de qué viva ese joven? ¡Pues de lo que en su casa le dan!
En cambio Roger se veía diariamente, una hora después de la de nona y otra antes de la oración, en compañía de tres lindas doncellas, sus discípulas; y lejos de parecerle la presencia de aquellas jóvenes cosa reprensible ni pecaminosa, sentíase más dichoso que nunca al instruirlas, contestar á sus preguntas ó sostener con ellas amena plática. Pocas discípulas como Constanza de Morel.
Aun escuchando las fastidiosas disertaciones de la madre sobre sus múltiples enfermedades, me placía permanecer en su cuarto. ¡Los ojos de la hermana San Sulpicio disertaban en tanto sobre cosas tan lindas! Un día, poco después de llegar del manantial, estando sentados un momento en el patio, le pregunté: ¿Cuál es la verdadera gracia de usted? ¡Jesús, la verdadera! ¿Pues tengo alguna falsa?
No se componía, como los de Alemania, de casas esparcidas sin orden con sus techos tan campestres, de paja, y sus jardines; ni reposaba, como los de Inglaterra, bajo la sombra de sus pintorescos árboles; ni como los de Flandes formaba dos hileras de lindas casas a los lados del camino.
En el brazo izquierdo llevaba ella un enorme pañolón de seda roja, cubierto de lindas flores prolijamente bordadas en el Imperio Celeste; y, según es uso en Lisboa, lo extendió como colgadura sobre el antepecho del palco.
En cambio producen miel de caña o de prima, de la cual miel llenan los arrieros los odres en que llevaron el aceite, y la traen a la provincia de Córdoba. Esta miel hace las delicias de las golosas lugareñas cordobesas, que la sacan del plato a pulso empapando en ella pedacitos de pan, y luciendo así las lindas manos con los deditos engarabitados en forma de cresta de gallo.
Al poco tiempo de haber desaparecido las dos lindas cazadoras, se oyó un grito agudo dentro del bosque, en el que, así la Sultana vieja como todas las esclavas, conocieron la voz de Híala. Cuál fuera la admiración y el espanto que tal grito infundiera en la Sultana y en las esclavas, es fácil concebirlo.
Pero las tijeras al cortar, chis, chis, y las agujas al coser, cruj, cruj, no le decían ya aquellas cosas tan lindas que la hacían temblar de gozo, sino otras muy horribles, ¡ay! muy horribles. Quedaban sepultadas en su corazón. El mejor lector no leería en sus ojos grandes, hermosos y suaves más que el capítulo risueño de siempre.
El casamiento de Blanca Montifiori había reunido en su casa a las mujeres más lindas del día. El reportaje ya había hecho el inventario de los regalos. ¡Qué maravillas! Una novia como Blanca, fuera de los mil ramos que son de orden, no podía recibir sino diamantes, perlas y zafiros.
Palabra del Dia
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