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Actualizado: 5 de mayo de 2025
La joven le leyó, se dominó, se puso pálida, y miró con una elocuente ansiedad á la reina. Sí, sí; ve amiga mía dijo la reina ; pero no te olvides de decir á doña Juana que la espero para volverme á mi cámara. Doña Clara se arrojó á los pies de la reina, y la cubrió las manos de besos y lágrimas. Luego se levantó y dió á correr, como una loca, hacia sus habitaciones.
Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror.
1 Aquel día se leyó en el libro de Moisés oyéndolo el pueblo, y fue hallado en él escrito, que los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios; 2 por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua, antes alquilaron a Balaam contra ellos, para que los maldijera; mas nuestro Dios volvió la maldición en bendición.
CIRILO. ¡Nunca es demasiado tarde...! La Magdalena... Santa María Egipcíaca... LEONIE. ¡Siempre mencionan a éstas...! Son el orgullo de la corporación. Tuvieron suerte, y nada más. En nuestro oficio, para ser perdonadas, hay que hacer antes fortuna. Después se compra un castillo y se vuelve una decente. CIRILO. ¡Usted leyó eso en las novelas...!
Estando en traje de penitente, se le leyó la sentencia, abjuró de levi, y advertido, reprendido y conminado, fue condenado en quinientas libras y en cinco años de destierro en una Villa con confinación en el Reino, pena de diez años de Galeras.
Mirad, señora, y juzgad dijo Montiño sacando de su ropilla la carta que le había traído la noche antes Juan : os revelo un secreto de familia; pero vos le guardaréis. Sí, sí, pero dadme. Montiño entregó la carta á doña Clara, que la leyó con un profundo interés. Aquí consta dijo , que ese joven es hijo de un gran señor y de una noble dama; pero el nombre... el nombre de su padre no está...
Raquel, por toda respuesta, la miró con expresión de cansancio y de disgusto; y se marchó después de arrojar dos cartas sobre una mesita. Adriana quedó pensativa por largo rato, jugando con las cartas. Después abrió una, que era de Muñoz y la leyó rápidamente. Se trataba de un ultimátum.
Estando en forma de penitente se leyó su sentencia con méritos, abjuró de levi; y advertida, reprendida y conminada, fue condenada en doscientas libras, desterrada por un año en una Villa con confinación en el Reino, pena de doscientos azotes.
El primer libro que abrió vio que era Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Felixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, con la vida de Diego García de Paredes. Así como el cura leyó los dos títulos primeros, volvió el rostro al barbero y dijo: -Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina.
Si no va usted, Adriana, todo habrá terminado entre nosotros." "¡Bah, pensó ella ya había decidido ir sin que tú me lo exigieras! Y ahora que Raquel y Fernando están aquí, mamá tampoco podrá poner inconvenientes". Abrió la otra carta, y ésta la leyó con emoción.
Palabra del Dia
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