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Actualizado: 5 de mayo de 2025
El cura leyó con voz gangosa que se arrastraba sobre las sílabas como un lamento el siguiente «En la ciudad de Munich vivía no ha muchos años una dama de extraordinaria hermosura que hacía una vida ejemplar; de modo que todos le daban el nombre de santa.
Rompió el sobre y leyó: «Voy a decirle adiós, Huberto, y espero que su pesar no será grande. No quiero abusar de su buena fe; he dejado de ser la María Teresa de quien usted gustó, hace un año.
Y tomando Salvador el libro, abrióle al azar y leyó: «Si me oyeres y siguieres mi voz podrás gozar de mucha paz.... Mi paz está entre los humildes y mansos de corazón....»
Su ama le leyó la cartilla el primer día, diciéndole: «Mira, si algún sujeto que tú no conoces, por ejemplo, un señorito flaco, de mal color, así un poco alborotado, te pregunta en la calle si vivo yo aquí, dices que no. No abras nunca la puerta a ninguna persona que no sea de casa.
Estando en traje de penitente, se le leyó su sentencia, abjuró de levi y advertida y reprendida y conminada, fue condenada en quinientas libras y en destierro de esta Ciudad por dos años, el uno preciso y el otro a arbitrio del Tribunal, con confinación en la Isla, pena de doscientos azotes.
No tengais cuidado, mis queridos lectores. Mi curiosidad, mi impaciencia por esa pobre desconocida, es una impaciencia afectuosa y cristiana. Mi mujer leyó un rato, y se acostó. Yo escribo hasta las tres de la mañana, aunque no quiero terminar, con perdon de mis párpados que se cierran, sin dar cuenta al lector de un chiste agudísimo que oí en el figon, á uno de los menestrales que allí comian.
Era una carta a la Regenta. Leyó lo escrito y lo rasgó todo en cien pedazos. Volvió a pasear y volvió a escribir, y a rasgar y a cada momento clavaba las uñas en la cabeza.
Oyose entonces un ruido claro de papeles, y don Enrique Dávila leyó el histórico pasquín.
Después se sentó en una mecedora junto a su tocador, en el gabinete, lejos del lecho por no caer en la tentación de acostarse, y leyó un cuarto de hora un libro devoto en que se trataba del sacramento de la penitencia en preguntas y respuestas. No daba vuelta a las hojas. Dejó de leer. Su mirada estaba fija en unas palabras que decían: Si comió carne...
Hasta entonces jamás había abordado esta cuestión, porque sabía que su parecer iba a discrepar algo del de una gran parte del vecindario. Mas había llegado, a su entender, la hora de «emitirlo sin ambages ni rodeos». El comunicado que leyó era el primero que acerca de este asunto dirigía al Progreso de Lancia. Comenzaba así: «Señor Director de El Progeso de Lancia.
Palabra del Dia
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