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Actualizado: 15 de julio de 2025
GÓMEZ. ¡De ninguna manera! No somos de la misma familia. ¡Además, yo no sé ni coger una espada...! EUSTAQUIO. ¡Bah! Ya le enseñaré a ponerse en guardia. No lo matarán. Apenas le herirán levemente. ¡Y esto es lo esencial! Mi amigo riñó ayer con un borracho... EUSTAQUIO. ¡Sí, sí! ¡Ya lo sé...! ¡En el cabaret de Lutecia...! PRUNE. ¿Cómo se ha enterado usted...?
Doña Martina soltó una carcajada estrepitosa, burda, que hizo arquear levemente las cejas a D. Bernardo. No lo estará V. nunca, si Dios no pone en ello la mano, ¡que ojalá la ponga pronto! Esa felicidad, primero le ha de tocar a don Facundo que a mí murmuró con voz cavernosa. Hojeda levantó la cabeza turbado.
Este cuello servía de sostén a una cabeza rubia de rostro blanco, levemente sonrosado en las mejillas, fino, correcto, transparente, con labios rojos y ojos azules. Semejaba notablemente al de doña Gertrudis, pero tenía una expresión persuasiva e insinuante que jamás había mostrado el de aquella esclarecida señora, por más que otra cosa asegurase el poeta lírico de los acrósticos.
Ella arrastraba la cola de su elegante bata por las limpias baldosas unidas con asfalto, y él, con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, recogido el borde de la levita, accionaba levemente con la derecha, empuñando un junco por la mitad. A veces los ruidos del patio atraían la atención de ambos y se asomaban a la balaustrada.
Los buenos cristianos empezaron á ejercitar tan puntualmente la lección que se les dió, que por no traspasarla aún levemente, se dejaban hacer pedazos de los bárbaros, por lo cual fué necesario explicarles lo que podían hacer si fuesen acometidos para que no sucediese en adelante lo que sucedió á unos indios de la Reducción de San Joseph, que yendo en busca de las Salinas dieron en una Ranchería de infieles; entraron en ella sin armas, desplegado sólo el estandarte con la imagen de Nuestra Señora, y con palabras suaves y corteses procuraron domesticar la fiereza de los moradores; pero éstos, mirándolos con malos ojos, dieron sobre ellos como tigres é hicieron en ellos tan cruel estrago, que sólo un indio con dos muchachos pudo escapar con vida.
El sol no teñía por igual la superficie de aquel océano nubloso: en unas partes lo matizaba levemente de rosa, en otras de oro; á trechos lo dejaba en sombra y á trechos lo hacía arder en resplandores. Nuestra pareja se hallaba sobre la misma cresta de la Peña Mayor, que formaba una de las varias islas de que estaba sembrado.
Era hermosa, con una belleza más perturbadora que correcta. Su tez levemente dorada con el color de la naranja, sus ojos rasgados y algo subidos en su vértice, la abundante cabellera, que parecía retorcerse y vivir como un haz de serpientes negras escapándose de la opresión de las horquillas, le daban un encanto exótico.
De todos modos tenía ganas de verte. Marta calló y siguió su tarea poniendo en torno de la rosa y apoyados en las hojas de malva tres pensamientos obscuros. Ricardo había cambiado también un poco desde la última vez que le vimos. Su rostro estaba levemente descaecido, y a la ordinaria expresión de alegría había sucedido otra como de fatiga, que a veces rayaba en triste y amarga.
Cecilia se estremeció levemente y levantó un poco los ojos hacia el sitio donde se escuchaba la voz de Gonzalo.
Sus moradores, por falta de mujeres europeas, mezclaron su noble sangre con la vilísima de los bárbaros, mejor dijera que le mancharon, porque los hijos, saliendo más semejantes á las madres que á los padres, degeneraron en breve de manera que avergonzadas y corridas las ciudades vecinas, renunciaron su amistad; y porque la vileza de éstos no empañare ni aun levemente los candores de la generosidad del nombre lusitano en el mundo, los llamaron Mamalucos.
Palabra del Dia
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