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Actualizado: 30 de abril de 2025


Total; que cuando acudas pidiendo socorro ya será tarde, y esas personas te dirán: 'Entiéndete ahora, húndete, y cúbrete de vergüenza y date a los demonios'». Pronunciada esta elocuente filípica, continuó la señora un buen espacio de tiempo dando resoplidos, y Fortunata no levantaba los ojos de su costura.

Tenía un plan que se levantaba hasta los cielos, grandioso y ornamentado como un trofeo; en él brillaban de alto abajo, toda suerte de acciones buenas, y he aquí, que de pronto lo veo caer al suelo, pieza tras pieza, convertido en furia!

Entonces, toda sofocada, a veces sudando como un río, con el cabello en desorden y las mejillas encarnadas, levantaba la bayeta y permanecía un rato contemplando su obra, los hermosos destellos que la luz producía en el objeto bruñido, con una satisfacción íntima y verdadera, con entusiasmo casi místico.

El camino atravesaba este río por un puente de un solo arco; luego remontaba la pendiente opuesta trazando un surco blanco á través de un arenal inmenso, árido y absolutamente desnudo, cuya cima cortaba el cielo sensiblemente á nuestro frente. Cerca del puente, en el borde del camino se levantaba un casucho solitario, cuyo aire de profundo abandono, oprimía el corazón.

Estas palabras, repetidas durante siglos, conmovían al gitano viejo y hacían que se le saltasen las lágrimas, como si las escuchase por primera vez. Levantaba al chaval, le echaba los brazos al cuello, y decía conmovido: A ti te perdono porque te quiero, porque no tienes culpa de na... Pero ella, que no venga, porque la mato.

Pero, cuando él levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa; buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado, acabando por dominar el debate con sus gritos estentóreos.

Toda su fuerza de voluntad no había podido borrar aquellas dos señales de las lágrimas y del insomnio. Pero Dorotea sabía que tenía aquellas señales y estaba tranquila. Don Juan entró con recelo; esperaba un recibimiento terrible. Pero se sorprendió al ver que Dorotea se levantaba solícita, salía á su encuentro y le abrazaba.

Juan, que acariciaba los mármoles, que seguía por las calles a los niños descalzos hasta que sabía donde vivían, que levantaba del suelo las flores pisadas, si no lo veían, y les peinaba los pétalos, y las ponía donde no pudiesen pisarlas más. De la misma manera, y con aquel deleite honrado que produce en un espíritu fino la contemplación de la hermosura, había Juan mirado a Sol largamente.

Romagné jamás se quejaba de nada, por muy extraña que la nueva situación le pareciese. Obedecía como un esclavo, o, por mejor decir, como un buen cristiano, todos los mandatos del hombre que le comprara su piel. Se levantaba, se sentaba, se acostaba, se volvía hacia la derecha o la izquierda, según el capricho de su señor.

¡Cállese usted! gritó, dirigiéndose a Pustochkina, el presidente . ¡No tiene usted derecho a hablar mientras no se le pregunte! Y viendo que otro miembro del Jurado se levantaba, preguntó: ¿Usted también quiere hacer una pregunta?

Palabra del Dia

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