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Cada puntapié dado por el gigante levantaba nubes de arena, y en ellas se veía flotar siempre algún pigmeo, los brazos y las piernas abiertos lo mismo que las ranas, unas veces con la cabeza arriba, otras con la cabeza abajo. La cólera del coloso no encontró á los pocos momentos enemigos que perseguir. Todos habían huído.

Circulaba el porrón, soltando su rojo chorrillo que levantaba un tenue glu-glu al caer en las abiertas bocas; obsequiábanse unos á otros con puñados da cacahuetes y altramuces.

Poco tardaron los bailarines en bajar hacia la rectoral, cantando y atruxando como locos, y con ellos descendió Julián. El cura esperaba en la portalada misma: recogidas las mangas de su chaqueta, levantaba en alto un jarro de vino, y la criada sostenía la bandeja con vasos.

Levantaba vivamente la cabeza, apretaba con las manos crispadas el brazo de su amante y escuchaba ansiosamente. ¿No podía venir en él su marido y sorprenderlos? ¡Qué miedo! ¡Qué angustia! Sólo cuando el coche seguía de largo por delante de la casa haciendo vibrar los cristales, se calmaba su congoja y volvía a la vida.

De vez en cuando se abría con estrépito un balcón, y se veía una mano blanca que arrojaba a la calle algo envuelto en un papel; el hombre de la campanilla se bajaba a cojerlo, arrancaba el papel, y eran también monedas que inmediatamente introducía en el cajoncito verde: cuando levantaba la vista al balcón, estaba ya cerrado. Lo adiviné todo.

Se levantaba con estrellas, y en cuanto se levantaba subía al mirador, escrutaba el cielo y el mar, y después de haber trazado en la cabeza un estado meteorológico provisional del día, bajaba a fijarlo definitivamente a la punta del Peón.

Y la prima se levantaba y echaba a correr con su plato en las manos, para evitar el hurto de un merengue o de media manzana, y el juego se celebraba con estrepitosas carcajadas, como si fuese el paso más gracioso del mundo.

Soy bien digna de lástima, Miguel. Pero Miguel, mientras la escuchaba, parecía dominado por una preocupación tenaz. ¿Y el padre? ¿Quién es el padre? El tono de su voz casi fué igual al de antes: un tono de curiosidad hostil, de agresivo despecho. Volvió á repetirse su sorpresa al ver que ella levantaba los hombros. No lo ; no me importa.

Y otras veces se levantaba del sillón, como si le quemase: se apretaba las sienes con las dos manos, andaba a pasos grandes por la celda, y parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba escribiendo, en su libro famoso de la Destrucción de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando vino de España la gente a la conquista.

Algo extraño había en el ambiente. ¿Era la esperanza, la vida, el espíritu? No ; pero todos llegaban a cuatro pies, como los animales, conteniendo la respiración para mejor oír. Luisa también se movía lentamente y levantaba la cabeza.