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, vivía, vivía siempre. Su seno se levantaba y se bajaba bajo la acción de una respiración corta y precipitada. Parecía más viva que nunca. Y, de repente, vi una llamarada que pasó ante mis ojos y creí leer, enfrente, en la pared, estas palabras: ¡Oh, si ella muriera! , era eso, esas eran las palabras. ¡Oh, si ella muriera! ¡Oh, si ella muriera!

Era, en una palabra, el tablado en que estaba la picota: sobre él se levantaba la armazón de aquel instrumento de disciplina, de tal modo construído que, sujetando en un agujero la cabeza de una persona, la exponía á la vista del público.

Una densa nube de humo tachonada de chispas, que saltaban en todas direcciones, se levantaba en el espacio. El fuego había prendido también en la plataforma inferior. El Capitán y sus compañeros, imposibilitados ya de seguir en aquella hoguera, salieron al corredor a través de las llamas y de la humareda.

Yo me levantaba en la casa antes que nadie, me recogía la última, interrumpía el mejor sueño para dar de beber a las caballerías, pasaba todo el día jabonando ropas, midiendo semillas y trasladando fardos; en fin, me rendía a fuerza de trabajar, y todo sin una queja.

Sería asunto de algunos cañonazos bien dirigidos." Pero el Estado francés no presta sus cañones á los particulares, aunque sea para bombardearse en familia, y Clementina tuvo que resignarse á ver la casa maldita que se levantaba á lo lejos, punto blanco en el horizonte verdoso de los bosques.

Afuera el aire resplandecía y el cielo azul brillaba como un límpido esmalte sobre la austera y rocosa campiña. Por momentos el Rey levantaba la cabeza para meditar, y la luz que entraba por los vidrios desteñía del todo sus pupilas quietas y aceradas de serpiente.

Don Pedro se levantaba de repente, rechazando su silla con energía, y, haciendo temblar el piso bajo su andar fuerte, se largaba al Casino, donde las mesas de tresillo funcionaban día y noche. Tampoco allí se encontraba bien. Sofocábale cierta atmósfera intelectual, muy propia de ciudad universitaria.

Cuando su pecho se levantaba o se bajaba, se habría dicho que obedecía a una fuerza extraña que lo dilataba y lo comprimía alternativamente. Su rostro pálido, color de cera, surcado por venas azules, estaba medio hundido en las almohadas y algunas delgadas guedejas rubias lo cruzaban, semejantes a reptiles. Oculté mi cara entre las manos: no podía soportar ese espectáculo.

Su hija Feliciana, que era toda su familia, estaba trabajando en la fábrica de gorras, y él iba de un lado a otro, preparándose el almuerzo, después de bien pasado el mediodía. También el Mosco se levantaba tarde.

Unas veces miraba hacia el vecino jardín sumergido en tenebroso y perfumado silencio; otras levantaba el rostro y las pupilas hacia la altura. Nada exaltaba su pasión como el suntuoso misterio de los astros. Parecíale que sus luces inquietas le hablaban un lenguaje sublime que él no alcanzaba a comprender.