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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Trabajar rudamente, exponerse a pérdidas, sufrir la mala educación de los compradores, todo para juntar, céntimo tras céntimo, unos cuantos miles de reales a fin de año. Para negocios, los suyos. Daba sus órdenes a los corredores, se acostaba tranquilo y al día siguiente levantábase con la noticia de haber ganado mil duros sin trabajo alguno.
Levantábase temprano y se bañaba en su propia casa, por no querer rebajarse a ser náyade de un río tan pedestre y cursi como el señor de Manzanares. En las primeras horas del día, abiertos de par en par los balcones de la casa, que daban a Poniente, entraba un poco de fresco, y el cuerpo y el espíritu de la dama recibían algún consuelo.
Mi tía plantada en un sillón, con el donaire de un pararrayos algo grueso, levantábase al verle, saludábale con aire desabrido y se lanzaba a galope al capítulo de mis fechorías. El bondadoso cura oía con paciencia aquella voz ronca que rompía el tímpano. Encorvaba las espaldas como si el chubasco hubiera sido para él y semisonriente amenazábame con el índice.
Levantábase Lázaro a la hora del alba, oía una misa, tomaba chocolate, y ayudaba en algo a su anciano tío. No tenía otra cosa que hacer hasta la comida, que se hacía siempre a la una, con puntualidad cronométrica. Lázaro se quedó ensimismado y pensativo en más de una ocasión, reflexionando lo distintas que eran las privaciones que imaginó sufrir y la regalada vida que le daban.
Varias veces durante la noche levantábase a orar; al amanecer, en los días más húmedos y fríos del año, salía de casa para ir a la iglesia, donde pasaba algunas horas de rodillas; ayunaba con un rigor que no había visto ni en su ascético maestro del seminario, abstinencias prolongadas, terribles, que parecían imposibles de resistir; gastaba cilicios en las piernas y los brazos, y se disciplinaba los viernes y en las vísperas de las fiestas señaladas.
Por último, dijo que eso nunca estaba de más, que si los sanos se hallaban expuestos a una muerte repentina, con mayor razón los enfermos. Ni aun con eso entró la luz en el espíritu del joven. Después de confesada, Isabel siguió lo mismo, lo cual contribuyó a mantener su ilusión. Levantábase, corría a la mesa, paseaba del brazo de Raimundo por la sala y pasaba la mayor parte del día en una butaca.
Si helaba, levantábase de madrugada y dejaba atónitos a los de casa saliendo al corredor en mangas de camisa, lavándose todo el cuerpo con el agua que se hacía sacar de las pilas de mármol, después de roto el hielo.
Levantábase de madrugada, tomaba la carabina, llamaba a los perros y lanzábase al través de los campos, llegando la mayor parte de los días a la noche, rendido, con algunas perdices en el morral y un hambre de caníbal. Cuando las excursiones eran más cortas, Cecilia le acompañaba, según le había prometido.
Y se liaba a toda prisa al pescuezo un gran foulard finísimo, y levantábase el cuello del gabán a la altura de las orejas... Te digo que vale más volver al palco, si... Un estornudo formidable le cortó la palabra y le acrecentó la angustia. ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Ya pillé un constipado... Fortuna tengo hoy... ¿Sabes?... ¡Ya tengo para una semana!...
Transcurrió más de una hora sin que el silencio de la alcoba se interrumpiera con otro ruido que el estertor angustioso y continuo del enfermo. Doña Manuela levantábase para pasar una mano por la frente sudorosa del enfermo, cada vez más fría, y volvía a ocupar su asiento, mirando a lo alto con una expresión desesperada.
Palabra del Dia
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