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El musgo de las laderas ahumaba bajo los tibios rayos del rebozado sol: de cada hilo de hierba pendía una gota de agua. Nuestros cazadores caminaban lentamente. El aliento que salía de sus bocas se cuajaba en la atmósfera.

Llegó al cabo don Zambombo, y puso lentamente sobre la mesa el jarro y el vaso. En seguida volvió a meter las manos en los bolsillos, y se colocó de pie a un lado de la mesa, haciendo descansar su panza sobre el tablero. Entretanto, don Celso escanció el primer vaso de vino y se le presentó al candidato, que, cerrando los ojos, se le bebió sin resollar.

Los tres artilleros estaban junto al cañón, tranquilos y flemáticos, llevándose una mano á los ojos para ver mejor el punto casi invisible que les señalaba su capitán... Ninguno de ellos reparó en la inclinación que empezaba á tomar la cubierta lentamente.

¡Ay, Mario del alma, no sabes lo que acaba de suceder! El joven se puso horriblemente pálido y profirió con voz ronca: ¡Carlota!... Su mujer apareció por el extremo del pasillo pálida y grave y avanzó lentamente. ¡Carlota! ¿el niño?... volvió a gritar acongojadamente. Carlota hizo un signo negativo con la cabeza. En aquel momento, un grito desgarrador hirió sus oídos. Era la voz de Presentación.

Iba caminando lentamente por la de las Infantas, meditando sobre el plan de la noche o sea el modo de pasarla más divertido, y saboreando un buen cigarro habano, cuando de pronto ¡zas! recibo un fuerte golpe en la cabeza que me hace vacilar; el flamante sombrero de copa fue rodando por un lado y el cigarro por otro.

Ricardo y Marta continuaron avanzando hacia el agua lentamente, dominados por el respeto y la admiración. Según caminaban, la arena se iba haciendo más blanda; las huellas de sus pies se llenaban inmediatamente de agua. Al acercarse, observaron que las olas crecían y que sus volutas retorcidas en el momento de desplomarse los taparían si se pusiesen debajo.

El rey dobló la carta lentamente, se soslayó de nuevo, y la guardó en su bolsillo. ¿Qué decís á esto, doña Juana? la preguntó el rey. La duquesa se había quedado con el velón en posición de alumbrar al rey y hecha una estatua. Dejad, dejad el velón, y venid á sentaros frente á mi. Dios me perdone, pero juraría que estábais temblando.

Al fin, el más poderoso de todos, el egregio duque de Requena sacó el pañuelo y lo agitó en la ventanilla. Sonó un pito, respondió la máquina con prolongado y fragoroso ronquido, y resoplando y bufando, el tren comenzó a mover sus anillos metálicos y a arrastrarse lentamente alejándose de la estación.

Todo fue ilusión; la puerta siguió cerrada. «Vaya, murmuró con ira, abrochándose el gabán, ese granuja no ha dado el recado;» y luego, con tristeza: «Adiós, Rosita, ya no volveré a verte.» Y muy a su pesar, después de aguardar todavía un rato, comenzó a alejarse lentamente de aquellos sitios, caviloso y con el corazón apretado. Al dar otra vez sobre el pueblo, fue cuando salió de su meditación.

No se levantarán sino á las once, á medio dia ó mas tarde, porque no se han acostado sino á las dos ó las tres de la mañana. Esa es la costumbre. Las puertas de las casas y tiendas se abren lentamente, si son de rango subalterno.