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Actualizado: 10 de junio de 2025
Aquello parecía el fin del mundo: legiones enteras de romanos despeñándose por las laderas de los montes; masas de huestes africanas hinchiendo los desfiladeros de Covadonga y ahogándose en la propia sangre que corría por el fondo tenebroso de todas las barrancas; después, huyendo despavorida de la persecución de los fieros montañeses, otra masa, la de los sobrevivientes mahometanos, trepando Picos arriba entre los aullidos de la tempestad, para ir a despeñarse a la vertiente opuesta y bajar convertida en rimeros de cadáveres con las enrojecidas aguas del Deva, hasta desaparecer entre el fiero oleaje del embravecido mar Cantábrico, que también ayudaba a los cristianos contra los moros.
La justicia humana acampa sus legiones en un puñado de tierra cubriendo sus ejércitos con cuatro varas de lona; la Divina justicia hace dormir bajo dilatadas sábanas de candente lava, poderosas fuerzas cuyo solo aliento remueve montañas llevando la muerte y la destrucción por doquier. Las zonas del monte son dignas de estudio por distintos conceptos.
Así las literaturas nacionales, desfloradas en su cuna por innumerables legiones de poetas materialistas que invaden las regiones del mediodia de Europa, la Italia, la Provenza, el Condado de Barcelona, Aragon y Castilla, arrastrando como bagage la artificiosa insipiencia y los afectados suspiros del coro de Helicona, fomentan la general corrupcion de las costumbres.
Comprendí entonces su resistencia de seis años contra las invencibles legiones de Augusto; y las legiones enteras despedazadas en el fondo de los desfiladeros, o rodando por las agrias laderas, aplastadas por los peñascos desgajados de las cumbres; el sentimiento exaltado de su salvaje independencia; la muerte en cruz antes que el yugo del conquistador... todo, todo lo comprendí y todo lo sentí, lo mismo que lo había comprendido y sentido mi padre, menos que pudiera vivir entre tales vericuetos y tan esquivas soledades, un hombre de mi educación, de mis sentimientos y de mis hábitos.
Hizo el acaso que, distraídos bufón y cocinero, pensativos ambos y no habiendo podido verse á distancia á causa de la niebla, se dieran un encontrón formidable. ¡Por mis desdichas! exclamó al sentir el choque el cocinero mayor. ¡Cien legiones de demonios! exclamó el bufón. ¡Tío Manolillo! exclamó el cocinero acercándose á él con ansia ; Dios os envía. Y á vos el diablo, para que me detengáis.
Las legiones han subido y Júpiter ha bajado. El mérito de Martí consistió precisamente en eso: haber dado sombra a tantas grandezas. En época, en que la ciencia es ambiente y el talento multitud, él fue Argos impoluto, gigante, solo, y ¡único!
Lo que Roma vió fué un libro, y lo que los estudiantes y los latinistas ven es la figura de Jugurta el númida con su bornoz blanco, en el negro caballo, haciendo razias o fantasías, o algaradas, delante de las legiones.
Por su influjo las olas devastadoras de los rios desbordados vuelven mansamente á su cáuce, como dispersas reses al rebaño, y cesan las inundaciones; por su influjo las legiones invisibles de ángeles esterminadores que ejecutan las iras divinas llevando á los pueblos las pestes, se replegan respetuosas sin descargar la tremenda plaga.
La boca se le hacía agua viendo desfilar por delante de su vista aquellas legiones de perdices, aquellos ejércitos innumerables de conejos, aquellos venados corredores y jabalíes feroces. ¡Ay! ella no había tenido el gusto de tirar a un jabalí. ¡Cuánto apetecía encontrarse frente a uno! ¿Sí?
Nunca había tenido suficiente imaginación para ver á las legiones por sí mismo; pero después de presenciar en una cinta cinematográfica un desfile de figurantes con las piernas desnudas y la espada al hombro siguiendo al caballejo de Julio César, la vida militar romana no guardaba para él misterio alguno, y cada vez que subía á La Turbie repetía lo mismo: «Veo á las legiones.»
Palabra del Dia
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