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Leíase en ellos: Un monstruo detestable Hoy rige la Caldea; Su trono incontrastable El poder mismo afea, Por la vez primera de su vida se creyó feliz el envidioso, teniendo con que perder á un hombre de bien y amable.

De remos y sirenas impelida La galera se dexa atras el viento, Con milagrosa y prospera corrida. Leiase en los rostros el contento Que llevaban los sabios pasageros, Durable, por no ser nada violento. Unos por el calor iban en cueros, Otros por no tener godescas galas En trage se vistieron de romeros.

En cada rostro de aquellos valerosos soldados leíase el júbilo, el placer que aquella fiesta que á guisa de homenaje le ofrecía el pueblo, que de esa manera demostraba que sabía hacer justicia á sus valerosos y abnegados soldaditos.

Una exclamación general de asombro se escapó de todos los labios, ahogando el sordo rugido de rabia y despecho que hinchó la garganta de Currita... Sobre el blanco terciopelo que forraba el interior destacábase, en toda su magnificencia, la obra maestra de Enrique de Arfe, el marco antiguo de plata cincelada que había regalado ella a Jacobo en aquel mismo estuche, con su propio retrato de reina japonesa... Este había desaparecido, y veíase en su lugar otra extraña fotografía: representaba una camelia de tamaño natural, y echada sobre ella como sobre el alféizar de una ventana, aparecía el busto de una mujer, de la dama duende que todos conocían, apoyada la mejilla izquierda sobre ambas manos cruzadas, mirando al frente con provocativa insolencia, sacando la lengua con gesto de pilluelo redomado a todo el que mirase el retrato por cualquier lado que fuese; por debajo, leíase escrito con muy buena letra inglesa: A LA EXCMA. SRA. CONDESA DE ALBORNOZ, Mademoiselle de Sirop.

En las casas de los hacendados más ricos, en las sacristías y en las trastiendas de algún comerciante absolutista leíase en secreto el Cuartel Real, diario oficial del Pretendiente, que llegaba de vez en cuando entre las piezas de cretona o los paquetes de macarrones.

En su mirada opaca, distraída, leíase bien que había pasado por muchos casos raros y terribles, que había tratado gente de la más opuesta condición social y que no carecía de inteligencia y sagacidad. Era un hombre habituado al dominio, no tan sólo por su posición, sino por su valor, del que se decían cosas pasmosas en Sevilla.

Estaba como asombrada de estar allí; en su mirada boba leíase más estupefacción que dolor, y únicamente al fijarse en la criatura agarrada a su enorme pecho derramaba algunas lágrimas. ¡Señor! ¡Qué vergüenza para la familia! Ya sabía ella que aquel hombre terminaría así. ¡Ojalá no hubiese nacido la niña! El cura de la cárcel intentaba consolarla.

Leíase en el rostro de todos que la indiferencia del público los tenía contrariados, y que la hostilidad de mis paisanos los hacía rabiar.

La misa se dividia en dos partes, la de los catecúmenos y la del Sacrificio: leíase primero una profecía del Antiguo Testamento, una Epístola de S. Pablo y una parte de los Evangelios; añadíanse algunos responsorios y unos versículos con Alleluya, que era lo que entonces llamaban Laudes; seguia el Ofertorio, y luego un diácono en voz alta mandaba á los catecúmenos retirarse.

Demostraba el jinete escasa maestría hípica: inclinado sobre el arzón, con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas, leíase en su rostro tanto miedo al cuartago como si fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos.