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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Una tarde, cuando marchaba á su lado por los Campos Elíseos, se estremeció viendo á una dama que venía en dirección contraria. Era la señora de Laurier... ¿La reconocería Julio? Creyó percibir que éste se tornaba pálido, volviendo los ojos hacia otras personas con afectada distracción. Ella siguió adelante, erguida, indiferente.

Laurier, al salir indemne de entre los escombros, reajustó su teléfono y fué tranquilamente á continuar el mismo trabajo en el ramaje de una arboleda cercana. Su batería, descubierta en un combate desfavorable por los aeroplanos enemigos, había recibido el fuego concentrado de la artillería de enfrente.

Madama Laurier tenía diez años menos que su marido, y parecía despegarse de él por la fuerza de un rudo contraste. Era de carácter ligero, elegante, frívola, y amaba la vida por los placeres y satisfacciones que proporciona. Parecía aceptar con sonriente conformidad la adoración silenciosa y grave de su esposo. No podía hacer menos por una criatura de sus méritos.

Su lástima había sido aún más intensa al enterarse de su infortunio. Un obús había estallado junto á él, matando á los que le rodeaban. De sus varias heridas, la única grave era la del rostro. Había perdido un ojo por completo; el otro lo mantenían los médicos sin visión, esperando salvarlo. Pero ella dudaba; era casi seguro que Laurier quedaría ciego.

La misma señora Laurier ostentaba con orgullo la redondez de su maternidad, que había llegado á los mayores extremos visibles. Sus ojos acariciaron el volumen vital que se delataba bajo los velos del luto. Otra vez pensó en Julio, sin tener en cuenta el curso del tiempo.

Ella no se inmutó ante su acento colérico y sus miradas hostiles. He venido porque aquí estaba mi deber. Luego habló como una madre que aprovecha un paréntesis de sorpresa en el niño irascible para aconsejarle cordura. Explicaba sus actos. Había recibido la noticia de la herida de Laurier cuando ella y su madre se preparaban á salir de París.

El joven Desnoyers conoció en estas reuniones al matrimonio Laurier. El era un ingeniero que poseía una fábrica de motores para automóviles en las inmediaciones de París: un hombre de treinta y cinco años, grande, algo pesado, silencioso, que posaba en torno de su persona una mirada lenta, como si quisiera penetrar más profundamente en los hombres y los objetos.

¡Laurier!... Los ojos de Julio examinaron con larga duda al militar antes de convencerse. ¡Laurier este oficial ciego que permanecía inmóvil en el banco como un símbolo de dolor heroico!... Estaba aviejado, con la tez curtida y de un color de bronce surcada de grietas que convergían como rayos en torno de todas las aberturas de su rostro.

Desnoyers se dejó ver con menos frecuencia, abandonando su gloria á los profesionales. Transcurrían semanas enteras sin que las devotas pudiesen admirar de cinco á siete sus crenchas negras y sus piececitos charolados brillando bajo las luces al compás de graciosos movimientos. Margarita Laurier también huyó de estos lugares.

En pocos minutos rodó por el suelo todo el personal: muerto el capitán y varios soldados, heridos los oficiales y casi todos los sirvientes de las piezas. Sólo quedó como jefe Laurier el Impasible así lo apodaban sus camaradas , y auxiliado por los pocos artilleros que se mantenían de pie, siguió disparando, bajo una lluvia de hierro y fuego, para cubrir la retirada de un batallón.

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