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Actualizado: 7 de julio de 2025


Sin este dato, sin esta observacion, sin hallar en las fastos humanos ese fin adorable, esa providencia que triunfa, sin que nadie vea los laureles del triunfo; sin que las cosas se miren así por la razon y por la fe, unidas y hermanadas, no es posible encontrar la filosofía de la historia.

Los trescientos de las Termópilas estarían olvidados o pasarían por locos de atar, si después de su sacrificio no hubieran brotado los inmarcesibles laureles de Maratón, Platea y Salamina. Cierto es también que los actos heroicos valen siempre mucho, aunque sólo sea para limpiar la derrota de toda vergonzosa mancha.

Al agua Del olvido; al pozo eterno De la muerte, donde aguarda Tomar esta Nave puerto, En quien la vida se embarca, Para atravesar el golfo De esotro hemisferio. ¿Pasas Alguna mercadería? Y no de poca importancia. ¿Qué llevas? Coronas, cetros, Laureles, mitras, tiaras, Bastones, tridentes, plumas, Ingenios, bellezas raras. ¿De qué sirve ese instrumento Que al hombro llevas?

En primer lugar, cierto señor Darling, tío y tutor de una riquísima americana, actualmente en el castillo de Argicourt, y que parece querer muy bien a nuestro africano, a quien encontró en el curso de un viaje a Argelia, donde les prestó un señalado servicio... Y además... Además el conde de Candore, apasionado de la joven miss y a quien los laureles del capitán Raynal impiden dormir.

Los viejos se alejan. Están a solas Apolonio y el confitero francés. Apolonio habla, con su acostumbrada prosopopeya. El confitero escucha, con su regocijo acostumbrado. Después de un rato de palique, el señor Colignon se encamina hacia el lugar en donde Belarmino ha permanecido sin moverse. El banco donde descansa Belarmino está emboscado en un macizo de laureles, al modo de muro en semicírculo.

La flor ilustre que cuidó tu mano tronchóla el soplo de enemigo cierzo; mas la medida del valor humano no el éxito la da, sino el esfuerzo. No queda del ayer para el fenicio mas que la huella del sangriento agravio, y para el pueblo el noble sacrificio y tus laureles de patriota y sabio.

La lucha fue entonces horrible en toda la nave, y Morsamor, que tanto deseaba laureles incruentos, antes de los laureles tuvo la sangre. Mucha se vertió, aunque la rebelión fue vencida. Con la muerte sofocaron y castigaron Morsamor y Tiburcio aquella rebeldía. Quince cuerpos muertos de sus más valientes compañeros fueron arrojados al mar y pasto de los peces.

Estos laureles fueron los primeros y los últimos que le ofreció su carrera militar; porque habiendo recibido una profunda herida en el brazo, quedó inutilizado para el servicio, y en recompensa, le nombraron comandante del fuertecillo abandonado de San Cristóbal. Hacía, pues, cuarenta años que tenía bajo sus órdenes el esqueleto de un castillo y una guarnición de lagartijas.

Esa no es la vida, eso no da de comer, ni procura honores; los laureles apenas sirven para una salsa... ni dan tranquilidad... ni hacen ganar pleitos, ¡al contrario! Cada país tiene su moral como su clima y sus enfermedades; ¡diferentes del clima y enfermedades de otros paises!

El editor que compraba y publicaba sus lucubraciones, no era tan resuelto en el pagar como en el imprimir, achaque propio de quien comercia con el talento; y D. Marcos, cuyo nombre sonaba desde las márgenes del Guadalete hasta las del Llobregat, desfallecía cubierto de laureles, sin más oro que el de su fantasía, ni otro caudal que el de su gloria.

Palabra del Dia

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