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Actualizado: 23 de julio de 2025


Coca, imperturbable, señaló: El tercero a la izquierda de Ignacio... Ese que tiene la mano puesta en la cintura. El «que tenía la mano puesta en la cintura» era uno de tantos, sin señas particulares, de bigote y de uniforme como los demás... Está bastante parecido observó Laura, dando un pellizco en el brazo a su traviesa hermanita. Regular... contestó ésta. Es más buen mozo.

Delante de Avignon, en cuyo centro se ostentan aún magníficas ruinas, como las del famoso palacio del Papa, que fué su residencia durante el cisma, no puede uno ménos que recordar á Vaucluse, idear la figura poética de la ingrata pero púdica Laura, y murmurar alguno de los dulces é inmortales sonetos de Petrarca, el rey de los cantores del amor.

Como dieran las tres de la mañana, Laura indicó a su hermana que durmiese, con esta última advertencia: Vázquez te hará su declaración uno de estos días... Lo único que te pido es que no lo aceptes inmediatamente.

Doña Laura había abierto la ventana que daba a un denegrido patio, por donde subía el vaho infecto de una cuadra de caballos de lujo instalada en el fondo de él; y acomodándose en un sólido sillón que, como señora gruesa, tenía para su exclusivo uso, se quedó dormida.

no has cumplido bien con nuestro pacto decía Coca a Laura. En vez de tomar la «pose» de niña buena y hacer gala de tus caseros talentos, te achicas y enmudeces cuando viene Vázquez... Te limitas a sonreírte de mis manejos, y en el fondo los execras, hallándome indigna de ti... ¡Indigna de !...

Á la entrada encontraron la casa de Pedro, quien se empeñó en que su señora descansara en ella un instante. Laura no osó negarse. La casa estaba habitada solamente por la madre de Pedro y por un hermanito de doce años. El padre había muerto. Allí fueron de oir las exclamaciones de la buena mujer al ver á la señora condesa en compañía de su hijo. No sabía lo que le pasaba.

Pues yo, señorita, me acuerdo de usted en aquel tiempo como si la tuviera delante de los ojos. ¡Qué divertida y jaranera era usted! Donde usted estaba no podía haber mal humor, y en todos los horuelos y esfoyazas se aguardaba á la señorita Laura como al agua de Mayo. Oía decir en mi casa y en todas partes que no había corazón como el suyo: así que la quería más que á ninguna de sus hermanas.

En primer lugar, un caso como el tuyo es raro replicó Carmen aturdidamente, sin sospechar el efecto terrible que iban a producir sus palabras. lo has querido de veras a José Luis, es cierto, pero bien desdichada fuiste, Laura; y es que en estos tiempos, hija... Enmudeció repentinamente, azorada y comprendiendo que había cometido una torpeza irreparable.

Qué divina se ha puesto Laura Aliaga!" oyó decir a una señora, en voz baja, al terminar una fiesta de caridad organizada por las damas Vicentinas. Y le dio pesadumbre pensar que acaso las había visto, sin reconocerlas. Por otra parte, le infundía cierto inexplicable temor la idea de relacionarse con ellas nuevamente. Fue una emoción que le dejó recuerdos imborrables.

Las cuatro hijas rezaban siempre en un mismo sitio, bajo la mirada persistente de su madre. Á la más leve distracción, al más insignificante descuido, la madre gritaba con aspereza: «¡Matilde!... ¡Laura! ¿queréis estaros quietas?» D. Álvaro entonces interrumpía un instante su paseo, callaba, y dirigía á las culpables una mirada precursora de algún castigo.

Palabra del Dia

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