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Actualizado: 23 de noviembre de 2025


El nombre, el dulce nombre de mi Laura. Fué interrumpida por un murmullo que llegó hasta su oído; creyó oír que la llamaban. Una sonrisa de felicidad iluminó su rostro. Se levantó, guardó el papel en el seno y corrió al cuarto de Elena. Cuando abrió la puerta oyó un quejido doloroso. ¡Oh Marta! ¿sois vos, de veras? ¡Soñaba que no os volvería a ver más!

El desenlace, en que se averigua la inocencia de Laura, y el Rey, que bajo de otro nombre le ha mostrado su benevolencia, la reconoce como á esposa de su hijo, es fácil de presumir.

No, ¿por qué se te ocurre eso? Si dices que viene ahora todos los días... Pero Laura no es la única que puede inspirar amor... Imagínate: ¡ahora me festeja a ! ¡Te festeja a ti! ; Laura ya no le interesa... ¿Pero por qué te pones triste? ¡Oh, no, no! Y Adriana le tomó las manos, procurando también reír.

La pobre Catalina estaba aturdida, la alegría la abrumaba; sin embargo, resistió a la suave violencia de Marta, y rechazó el honor que se le ofrecía. Pero Federico la tomó por la cintura, Marta y Laura por los brazos, y de ese modo Catalina se encontró en el coche, sin saber cómo.

Al verles hizo un vago gesto, como si hubiese querido retroceder. Pero Adriana se levantó, fue hacia ella, rápidamente, y le oprimió las manos tanto que Laura contuvo un grito. Entonces, con actitud de azoramiento y de lástima, besó una y otra vez aquellas manos, sin alzar los ojos. Daba las espaldas a Julio y seguía sintiendo sus palabras humildes penetrarle en el alma como una larga caricia.

A veces, después de alguna reflexión hecha al azar sobre la dificultad de hallar en la vida la felicidad del amor o sobre la grosería con que lo concebían los hombres, se detenían en el punto mismo de abrirse el corazón. Adriana experimentaba, por primera vez, el sentimiento apasionado de la amistad. Laura la besaba como a una hermana y le enseñaba imágenes de santos bordadas en seda por ella.

Pero no importa, me parece divino que hablemos encerrados los dos en la reminiscencia de esa intimidad antigua. Un brillo de febril alegría animó en un relámpago los ojos de Laura. ¿Acaso ya no somos los mismos? Yo , Julio. No hablemos con enigmas. Usted cree, Laura, que mi amor por Adriana... ¿Su amor por Adriana? ¡Ah! Usted anda despistado.

Cuando habla contigo también replicó Laura Julio siempre mira así. ¿Saben de quién se ha de enamorar entonces? preguntó Carmen como maravillada. ¡De Adriana! Estoy segura, no por qué. Pero lo dijo con el mismo ligero tono de ironía y como por dar a su amiga una broma amable. Ya tarde llegó Julio y le contaron las amorosas reminiscencias de la abuela.

Cuando me vió con el pan y el queso en la mano, lo primero que hizo fué preguntarme: «¿Quién te dió eso?» «La señorita Laura.» «Que Dios se lo pague y se lo represente de gloria en el cieloDespués se puso á comer con un ansia que partía el corazón. «Come también, hijo mío», me dijo al poco tiempo, «Ya me dieron de comer abajo», le respondí. Era mentira.

eres la única que podrá leerlo, le dijo como encantada de su idea. Ellas ni siquiera saben que lo escribo. La que tiene un diario ya muy largo es Laura. Algún día que ella se descuide lo robamos y lo leemos juntas. Como a ella le han pasado muchas más cosas que a , y ha tenido una pasión y estuvo de novia... Dijo esto con cierto aire de pesar, como envidiosa de Laura.

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