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El marchaba ahora por la buena senda. Sus deseos de venganza le habían colocado entre los adversarios de Alemania. Lamentaba su antigua ceguera y estaba satisfecho de su nueva situación. No hacía secreto de su conducta: servía á los aliados. Y por eso me buscas, por eso has arreglado esta entrevista, tal vez de acuerdo con tu amiga la doctora.

En fin, el señor L'Ambert, accediendo a los deseos de sus testigos, estaba dispuesto a declarar, en presencia de Ayvaz-Bey, que lamentaba muy de veras el haberle causado daño de una manera completamente involuntaria. Este razonamiento, tan justo de por , acrecentó la autoridad, por todos reconocida, del orador.

Gabriel lamentaba la suerte de la pobre joven, viendo cómo la había devuelto al mundo después de su fuga del hogar. Las consecuencias de su mal la martirizaban de vez en cuando con horribles dolores que ella procuraba ahogar. Si sonreía, sus dientes se mostraban ennegrecidos y rotos por la absorción del mercurio, entre unos labios de triste color de violeta.

Don Marcelo sintió un placer monstruoso al considerar el número creciente de enemigos desaparecidos, pero á la vez lamentaba esta avalancha de intrusos que iba á fijarse para siempre en sus tierras. Al anochecer, anonadado por tantas emociones, sufrió el tormento del hambre. Sólo había comido uno de los pedazos de pan encontrados en la cocina por la viuda del conserje.

Tal vez el capitán Laurier no veía con claridad; pero ella le había mirado con sus ojos cándidos, volviendo la vista precipitadamente para evitar su saludo... El viejo se entristeció ante tal indiferencia, no por él, sino por el otro. ¡Pobre Julio!... El inflexible señor, en plena inmoralidad mental, lamentaba este olvido como algo monstruoso.

Cada media hora se alteraba el silencio de la catedral con un ruido de muelles disparados y ruedas en movimiento. Después sonaba una campana de argentino toque. Eran los guerreros dorados de la portada del Reloj que señalaban el paso del tiempo con sus martillos. El compañero de Gabriel se lamentaba de las innovaciones establecidas por el cardenal para fastidiar a los pobres.

El millonario no lamentaba su generosidad. ¡Qué podía importarle este chorreo de riqueza que no marcaba la más leve desnivelación en su fortuna y le proporcionaba la dicha! Lo que le enfurecía haciéndole abandonar su asiento con nervioso salto, era el recordar lo ridículo de su situación.

Barinaga moría hablando, pero sin saber lo que decía; sus frases eran incoherentes; mezclaba su odio al Magistral con las quejas contra su hija. Unas veces se lamentaba como el rey Lear y otras blasfemaba como un carretero. Y diga usted, señor Foja, ¿hay arriba algún cura? Dicen que ha venido el mismo Magistral.... ¿El Magistral? ¡No faltaba más!

Por su diligencia, su honradez y por la puntualidad con que remitía los fondos recaudados, sus comitentes le apreciaban mucho. Pero no se sabe cómo se las componía, que siempre estaba más pobre que las ratas, y se lamentaba con amanerado pesimismo de su pícara suerte.

Ya iba a decir algo, cuando se volvió a oír en el fondo de la sala a los agentes de policía que impedían la entrada a alguien. Pero esa vez la inesperada persona no se lamentaba, no lloraba; con voz vibrante, irritada y casi imperiosa, decía: ¡Déjenme pasar!... ¡necesito entrar, les digo!...