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Actualizado: 5 de mayo de 2025


«La presente, madre mía, tiene por objeto comunicarle que todo marcha bien y que he llegado el martes por la tarde a Falsburgo, en el preciso momento en que se cerraban las puertas. Los cosacos estaban ya en la ladera de Saverne y hemos tenido que pasar la noche tiroteando sus avanzadas. Al día siguiente se presentó un parlamentario intimándonos que rindiéramos la plaza.

A la izquierda de la aldea, en la ladera del Valtin y en medio de los matorrales, Marcos Divès, montado en un caballejo negro de larga cola, con su espadón colgando del puño, señalaba las ruinas y el camino de schlitte. Un oficial de infantería y algunos guardias nacionales, con uniformes azules, le escuchaban; Gaspar Lefèvre solo, delante del grupo, y apoyado en el fusil, parecía meditabundo.

En el fondo del abismo se extendía una gran nube blanca; a través de aquella nube se veía una lucecilla agitarse sobre la ladera de «El Encinar» y no se veía más; pero cuando a veces soplaba el viento, el incendio aparecía: los dos altos mojinetes, negros: el granero, incendiado; los establos pequeños, ardiendo; luego, todo desaparecía otra vez.

Esta senda sin sombra ni hierba, hace desear la fresca y sombreada bóveda del bosque que se ve mecido por la brisa en la ladera de la montaña, al extremo del campo árido. Bastante fatigado se llega a los primeros álamos y alisos de la plantación, cuyas raíces humedecen constantemente las filtraciones y los regueros de la colina.

Unos hablaban de un mar de fuego que llenaría la tierra, y que una tempestad había agitado sus olas; otros pretendían que un volcán intentaba surgir en las inmediaciones, y que dentro de poco tiempo, el cráter se abriría; había quien no sabiendo nada de fuego central, ni habiendo jamás visto cráteres ni corrientes de lava, pensaba en un grupo de fuentes salinas y yesosas que nacían en un vallecillo al pie de una ladera pedregosa; al notar que después del temblor sus aguas se habían enturbiado y arrastraban lodo, y que algunas de ellas habían cambiado de orificio de salida, se preguntaban si no serían ellas la verdadera y única causa.

Y la otra es la que se ve allá abajo, a la mano izquierda: la misma salida del río. ¿No ves un camino que va por encima de él siguiendo toda la ladera? El puente está aquí a la izquierda, entre aquellos jarales. Puede que le confundas con ellos por lo viejo que es... Pues por ese camino se va... ¿Hasta dónde? ¡Hasta dónde!... ¡Trastajo! hasta la mar, si te conviene. Bien; pero ¿por dónde?

Comparolo a grandes grupos de bollos, pegados unos a otros por el azúcar; después de mirarlo mucho por segunda vez, comparolo a una gran escultura de perros y gatos que se habían quedado convertidos en piedra en el momento más crítico de una encarnizada reyerta. Sentémonos en esta ladera dijo y veremos pasar los trenes con mineral, y además veremos esto que es muy curioso.

En lo más alto de la ladera, donde el barranco no es más que un repliegue del terreno, los pinos, en actitud grave y de hojas casi negras, se ven reunidos como en un concilio.

La aldea había tomado su nombre del palacio, que, rodeado de fincas rústicas, extendía sus dominios por la pujante ladera hasta el espeso ansar ribereño del Salia. Todo el valle era tributario de la casa noble de Luzmela. El palacio rico y el caserío pobre se confundían en una misma cosa: un cuerpo equilibrado y robusto, regido por el alma piadosa del dueño del solar.

Otra vez quedaron inmóviles en el espacio las máquinas voladoras al ver al coloso tendido en mitad de la ladera, cerca ya del cordón de tropas. No quisieron continuar su arrastre y aflojaron los cables para que sintiese menos su cortante tirantez. Reconociendo la inutilidad de sus esfuerzos y humillado por su caída, Gillespie sólo supo llorar.

Palabra del Dia

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