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Actualizado: 5 de junio de 2025
Sólo se oyó entonces, a largos intervalos, el ruido del vapor condensado que caía de la bóveda en la fuente produciendo un chapoteo extraño. Aquel silencio duró cerca de dos horas. La media noche se aproximaba cuando, de improviso, un ruido lejano de pasos, mezclado con clamores discordantes, se oyó en la ladera. Berbel prestó atención y pudo convencerse de que eran gritos humanos.
Iban subiendo una cuesta y pronto llegaron á un punto elevado desde el cual pudieron ver á la izquierda y detrás de ellos el espeso bosque y hacia la derecha, aunque á gran distancia, la alta torre blanca de Salisbury, cuyas alegres casitas rodeaban la iglesia y se extendían por la ladera.
Pero en el momento de ir a dar el latigazo y cuando numerosos campesinos trepaban ya por la ladera para regresar a sus aldeas, se vio asomar muy lejos, en el sendero de Trois-Fontaines, un hombre alto, delgado, cabalgando en una jaca grande y roja, con una gorra de piel de conejo, de visera ancha y baja, metida hasta los hombros, dejando ver sólo la nariz.
Os aseguro, continuó cuando estuvieron en la ladera opuesta, que los montones de muertos en un campo de batalla no me causan tanta repugnancia como una sola de esas carnicerías del cadalso. Pues á bien que no han faltado atrocidades en las guerras de Francia, según los relatos de nuestros soldados, observó Roger. Cierto es, contestó el barón.
Uno de ellos, más soleado que cuantos había dejado atrás, apareció de repente a mi vista en un vallecito, al pie de una ladera rapidísima, por la cual descendía mi jamelgo paso a paso entre un laberinto admirable de viejos y copudos robles que parecían puestos allí para mantener las tierras del monte adheridas a su esqueleto: tan agria era la cuesta.
Los gritos, las imprecaciones, las órdenes de los jefes, las lamentaciones de los aldeanos, el rumor sordo, continuo, de pasos que se elevaba del puente de Framont, el relinchar penetrante de los caballos heridos, todo aquello subía como un zumbido confuso hasta los parapetos. En la ladera sólo se veían armas, chacós y muertos; en una palabra, los residuos de una gran derrota.
La cuestión ahora era bajar hasta la vega desde la enriscada cumbre o viso en que estaban. Harto se afanaron por conseguirlo, pero lo consiguieron al fin dando muchas vueltas y describiendo muchas eses, para no despeñarse por los tajos de aquella agria ladera.
Con el pensamiento corrió hasta esa arma familiar, la empuñó con la imaginación y la acarició. Pensó en seguida en el mar que batía muellemente la ladera del jardín.
Pues cuéntamela enseguida le dije yo entonces, sentándome a horcajadas en el pico de una roca que sobresalía a un lado del sendero, no tanto por oír más a gusto lo que Chisco me relatara, como por descansar de la fatiga que me iba dando aquel nuestro incesante subir por la ladera del agrio monte.
Cuando las gentes que estaban en las inmediaciones le vieron avanzar hacia ellas, mostraron el mismo asombro que si contemplasen un aparecido. ¡No lo había matado el gigante!... El profesor siguió corriendo ladera abajo en busca de los señores del gobierno municipal. No tuvo que ir muy lejos.
Palabra del Dia
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