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La esposa de éste y el subinspector se quedaron contemplando el juego y aguardando el momento en que alguno de los dos pudiese tomar parte en él; de suerte que la viuda y su interlocutor, gracias a la preocupación de los jugadores de whist, se quedaron en el canapé tan aislados como pudieran estarlo en el fondo de un bosque.

Pero al salir el 13 por segunda vez y cobrar el príncipe otro máximum, un murmullo del público aplaudió al vencedor. Corrían los curiosos, dejando abandonadas las otras mesas. Esta mañana iba á ser tan famosa en el Casino solitario como las tardes y las noches más célebres, cuando luchan con la suerte los jugadores ricos. Lubimoff cambió de número. Era absurdo insistir en el 13.

Lo mismo podía decir de los trajes. Hacía dos años que su guardarropa ignoraba las renovaciones, antes tan frecuentes. Somos pobres repitió con jocosa solemnidad . Además, nos gusta el juego, y, como todos los jugadores, perdemos miles de francos y economizamos en las pequeñas cosas que alegran la existencia. Aguardaba una ganancia enorme y definitiva para ocuparse de su embellecimiento personal.

Se ha refugiado en una miserable casa de huéspedes donde no hay más que toreros de invierno, jugadores y gente perdida... Le visitaste hace cuatro días; has ido después varias veces... Lo por el ama de la casa, que es una Aspasia jubilada, y tiene relaciones con uno de mis más desgraciados enfermos. Reflexiona lo que haces, mira bien qué pasos das y entre qué gente vas a meterte.

Sólo acudían los jugadores rabiosos, después de haber pasado la noche en claro, deseando probar cuanto antes sus nuevas combinaciones, y las personas achacosas, con la esperanza de encontrar libre un buen asiento. La impaciencia hizo entrar á Lubimoff en el atrio, después de meterse disimuladamente en un bolsillo el fajo de billetes que le presentó Toledo.

Luego, en la ruleta, los he visto manejar á fajos los billetes de mil francos. Los jugadores que entraban eran interpelados desde las mesas. ¿Aún sigue ganando?... Se referían á la de Delille. Las noticias no eran acordes. Unos parecían indignados: «; continuaba ganando con una suerte insolenteSe había desvanecido el entusiasmo del primer momento.

Seturas, á pesar de su afición, que era tal que le obligaba con frecuencia á negarse á hacer la partida á los jugadores de naipes y de bolos, no había formado una opinión política sobre un cuerpo más ó menos sólido de doctrinas: en su afición era ciego y testarudo, y estaba tan encarrilado en la senda del periódico, que hubiera creído insultar la razón dudando una sola vez de sus declamaciones.

Y usted, D. Narciso, tampoco ha venido ni ayer ni anteayer. ¿Qué ha sido de usted? ¿Reza también por las noches? dijo D.ª Marciala, que hacía calceta cerca de la mesa de tresillo; de vez en cuando alzaba las manos hacia el quinqué de los jugadores, para tomar un punto que se le había escapado. No, señora; yo no soy gran rezador. No tengo la virtud de la oración.

Entonces entró D. Luis en el salón donde jugaban, dando taconazos recios, con estruendo y con aire de taco, como suele decirse. Los jugadores se quedaron pasmados al verle. ¡ por aquí a estas horas! dijo Currito. ¿De dónde sale Vd., curita? dijo el médico. ¿Viene Vd. a echarme otro sermón? exclamó el conde.

El catedrático se preocupaba ahora de los misterios del azar, y Spadoni estaba convencido de que encontraría algo mejor que todo lo que llevaban inventado los simples jugadores. Pero su esperanza se desvaneció ante el gesto desalentado de Novoa. Mire usted esta baraja: unos cuantos pedazos de cartón, ¡y sin embargo, resulta inmensa como el universo!