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Actualizado: 3 de julio de 2025


Poco después, debido tanto á su precoz desarrollo como á su categoría de mayorazgo, fué admitido en el corro de bolos, donde no tardó en hacer un emboque cerrado, al pulgar, desde el ultimó pás. Los mejores jugadores declararon que, si bien no las borneaba gran cosa, en cambio tenía mucho brazo, y que prometía. Quedó, por lo tanto, admitido entre los jugadores del lugar.

Los jugadores seguían en sus alternativas de silencio y ruidosos altercados. El P. Gil quedó mudo y pensativo, impresionado con lo que acababa de oír y decir. La figura de Montesinos, a quien no había visto más de tres o cuatro veces en su vida, y eso de lejos, flotaba en su imaginación despertando en él viva curiosidad.

La mesa de billar, por razón de la luz que necesitaban de día los jugadores, estaba en una de las cabeceras del salón, cerca de uno de los tres balcones que daban a la plaza.

Se encontraban muy de tarde en tarde. ¿Cómo podían verse, si él, Spadoni, á causa de su miseria, se abstenía de entrar en las salas de juego?... Continúa jugando, Alteza; pero muy mal, con la timidez del novato, y por eso pierde. No tiene la estofa de nosotros, los verdaderos jugadores. Se irguió el pianista al decir esto, como si no hubiese perdido nunca y poseyera todos los secretos del azar.

Llegaban entonces trenes de lujo directamente de Londres, de Viena, de Berlín, de todos los extremos de Europa. La plaza del Casino era una Babel; en torno del «queso» paseaban todas las razas y sonaban todos los idiomas. Ahora resultaba lamentable la ausencia de los rusos, jugadores fogosos, y también de los austriacos y los turcos.

Ellos, ó traten burlas, ó sean veras, Sin aspirar á la ganancia en cosa, Sobre el convexo van de las esferas: Pintando en la palestra rigurosa Las acciones de Marte, ó entre las flores Las de Venus mas blanda y amorosa. Llorando guerras, ó cantando amores La vida como en sueño se les pasa, O como suele el tiempo á jugadores.

Después, cuando los jugadores hubieron reparado sus fuerzas comiendo sandwiches, muffins, dulces, y vino de Madera, todo el mundo se levantó. Alicia de Blandieres se aproximó a Diana, que hablaba con Mabel d'Ornay, para decirle a ésta, en tono de confidencia: ¡Oh! querida mía, es exquisito, su Huberto Martholl.

Si el sol hubiese amanecido cuadrado y los Cristos, vestidos de pantalones, Quiroga no se habría alarmado tanto: habría tomado al sol por un liampó y á las sagradas imágenes por jugadores de chapdiquí que se quedan sin camisa; pero, ¡no venir los frailes cuando precisamente acaban de llegarle novedades!

El príncipe oyó fragmentos de sus comentarios: «Un pobre que vivía milagrosamente... La más leve emoción... Esa mujer...» Más allá del grupo correteaban los guardias del jardín transmitiéndose órdenes. Habían aparecido los bomberos, aquellos bomberos que, según el rumor público, se filtraban mágicamente á través de los muros del Casino para llevarse á los jugadores caídos en las salas.

Cuanto más engordase la víctima, mejor sería mi venganza. ¡El negocio que hizo Monte-Carlo!... Como no quedaba juego en el mundo, todos los jugadores acudían á este país. La ciudad se había dilatado, llegando hasta las cumbres de los Alpes; los cuarenta millones que ganaba el Casino en los años buenos, eran ahora cuatro mil.

Palabra del Dia

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