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El señorito perdió de nuevo su serenidad al ver que Fermín abordaba directamente el temido asunto. Hombre, a él no le correspondía toda la culpa. Era el vino, la maldita juerga, la casualidad... el ser bueno en demasía; pues de no haber estado en Marchamalo, cuidando los intereses de su primo (que maldito si se lo agradecía), nada habría ocurrido. Pero, en fin, el mal estaba hecho.

Es el señorito Dupont les dijo el camarero que está con unos amigos y una jembra magnífica que se ha traído de Sevilla. Ahora empieza la juerga... ¡hay tela cortada lo menos hasta mañana! Los dos amigos buscaron el cuarto más lejano para que el estrépito de la fiesta no interrumpiese su conversación.

Su hija también acogía con afecto al señorito, tuteándolo como en los tiempos de su infancia, y riendo todas sus gracias. Era el amo de Rafael, y algún día sería ella su sirvienta en aquel cortijo, que veía a todas horas con la imaginación, como el nido de su felicidad. De la juerga escandalosa que tanto la había indignado contra el aperador, apenas si se acordaba.

Seguía llorando Carmen, sin escuchar las indignadas expresiones del banderillero, mientras la señora Angustias, sentada en una silla de brazos, contra los cuales se apelotonaba su desbordante obesidad, fruncía el ceño y apretaba la boca velluda y rugosa. Caya, Sebastián, y no mientas dijo la vieja . Lo too. Una juerga indesente el tal viaje al cortijo; una fiesta de gitanos.

Y todos, hasta el terrible matón, bebieron a la salud del señorito, mientras éste, como si le sofocase su propia grandeza, se despojaba de la chaqueta y el chaleco y poniéndose de pie agarraba a sus dos compañeras. ¿Qué hacían allí, apretados en torno de la mesa, mirándose unos a otros? ¡Al patio! ¡A correr, a jugar, a seguir la juerga bajo la luna, ya que la noche era de las buenas!...

Montenegro creyó que le había reconocido, pues al alejarse, agitó una mano entre la nube de polvo, gritándole algo que no pudo oír. Esos van de juerga, don Fernando dijo el joven cuando se restableció el silencio en el camino. Les parece estrecha la ciudad, y, como mañana es domingo, querrán pasarlo en Matanzuela a sus anchas.

No todos los días nos pide el cuerpo juerga. ¡Dejarme; ya tengo esa niña sentada en la boca del estómago! exclamó el majo apurando una caña. ¿Lo ves, Joseliyo, lo ves cómo toda la vida has de meter la pata? dijo Paca con enojo á su consorte.

La música cesó. Todos miraban con ansiedad hacia el lado de la explanada donde estaban los de la riña. Siga la juerga ordenó Dupont como un tirano bondadoso. Aquí no ha pasado nada. Sonó otra vez la música, reanudaron la danza las parejas, y el señorito volvió al corro. La silla de Mariquita estaba desocupada. Miró en torno y no vio a la joven en toda la plazoleta.

Ahora, por lo pronto, algo he de hacer con él..., ¡cochino!, y con esta pícara que se me va de entre las manos. ¡Un hombre que pone un gabinete como aquel para una cita nada más, y luego me niega cuarenta duros!... Lo salado sería que yo llevase allí a Carola, pero no para hacer una comedia, sino para pasar una tardecita de juerga en los muebles que él ha pagado. ¡Hay allí unos almohadones! ¡Buena broma llevar mi pájara al nido que él fabricó para la suya!

Prometiles ir más tarde al café de Silverio, engolosinándolas con empalmar la juerga a mis expensas. Por supuesto, que lo hice. ¡Buena gana tenía de gastarme las pesetas neciamente! Era ya noche cerrada, pero no habían sonado las nueve. Fui a mi cuarto, y para esperar la hora de la cita con Gloria, me tendí un poco sobre la cama a reposar, que harto lo necesitaba.