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Actualizado: 2 de mayo de 2025


No hay negociante retirado, no hay jubilado, ni procurador o abogado en vacaciones que no se considere en el deber de viajar por Suiza para poder decir a su mujer y a sus hijos: «He visto el valle de Lauterbrunnen, el lago de Brienz y el Grindelwald», camino trillado y recorrido por todo el mundo, itinerario tan común en la actualidad, como el de París a Saint-Cloud.

Se dirigen miradas significativas, sonríen con desprecio, se hablan al oído. Mientras tanto, los feroces bigotes del jubilado de Ultramar se erizan, se estremecen con leve temblor que se comunica a sus labios y de ahí al resto del organismo.

Todo, pues, contribuía a que tuviese el aspecto fashionable, atildado y digno de un antiguo diplomático jubilado. A su rara discreción y al entrañable afecto que había inspirado debió Rafaela los mencionados triunfos; pero los debió también a sus lisonjas, llenas de sinceridad y fundadas en fe altruista. Esto requiere explicación, y voy a darla.

Por fin, después de prometer de nuevo disimular, ocultar su dolor, su ira, lo que fuera, pero sólo por aquella noche, llamó el digno regente jubilado con el mismo aldabonazo enérgico y conciso con que hacía retumbar el patio, cuando la casa era honrada y el jefe de familia respetado y tal vez querido.

D. Cristóbal Mateo, a quien apodaban de este modo en el pueblo, era un antiguo empleado que había servido muchos años en Filipinas, y que estaba jubilado hacía ya algunos, con treinta mil reales. Tenía porte militar, una figura realmente marcial con sus bigotazos blancos, ojos saltones, cejas espesas y velludas manos. Sin embargo, en todos los dominios españoles no existía hombre más civil.

Como quiera que sea, repito que el mal tiene remedio. Yo se le daría con mi grande habilidad diplomática, si no estuviese ya jubilado: conseguiría que los Estados Unidos, tan filantrópicos y tan fervorosos amantes de la libertad de Cuba, garantizasen el pago de su deuda, y aun la pagasen, mientras Cuba no pudiese pagarla.

Un suceso criminal que después relataré y que forma uno de los capítulos más importantes de mi vida, me proporcionó ocasión de distinguirme, y fui ascendido a sargento y nombrado en reemplazo del viejo Gómez, que fue jubilado.

Les tiene usted mucha manía, D. Cristóbal. Los militares no dejan de ser útiles. ¡Útiles! exclamó el Jubilado encrespándose. ¿Qué utilidad traen, vamos a ver? ¿En qué son útiles? Hombre, mantienen la paz. La guerra es lo que mantienen. Para librarnos de los ladrones basta la guardia civil. Ellos son los que fomentan el malestar y la ruina de la nación.

Este dolor me molesta mucho y necesito moverme. El hallazgo. Cuando el conde puso de nuevo el pie en la sala, justamente se disponían los pollos a bailar un rigodón. Una de las chicas del Jubilado estaba ya delante del piano.

Es verdad que teníamos aquí esta fanciullina exclamó, haciendo cómicos ademanes de susto, el marica. ¡No me hacía cargo!... Nada, monina, nada; sigue adelante, que son cosas de los grandes... La hija del Jubilado se volvió iracunda al sentir el alfilerazo y replicó con una frase insolente.

Palabra del Dia

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