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Actualizado: 2 de junio de 2025


El Jubilado se puso repentinamente serio y se le erizaron los bigotes de terror ante aquella salida de su hija; pero se tranquilizó inmediatamente al observar que el capitán, en vez de darse por ofendido, la pagaba con una sonrisa amorosa y lo echaba a broma como todos los demás.

Un piano, jubilado por su respetable ancianidad en aquel retiro, fue el que marcó con voz cascada el compás de una mazurca. Como era de esperar, el baile perdió al instante toda gravedad y ceremonia y se convirtió en torbellino de saltos, gritos y risas. Marta, que bailaba con Ricardo, le dijo de pronto: No puedo soportar este calor: ¿quieres que salgamos un poco a tomar el fresco?

Hizo que se vistiese a toda prisa, y dando orden a los criados para que tuviesen encendidas todas las luces de la casa a fin de engañar a los de afuera, salió con ella por la puerta de la cochera, que daba a un callejón solitario. Los acompañaba únicamente Manuel Antonio. Dirigiéronse por las calles más extraviadas a casa del Jubilado.

Nadie sospecharía al oírle enterarse tan minuciosamente del escalafón, de las reservas y reemplazos, etc., que aquel hombre les tenía jurado odio eterno. Pero el Jubilado llegó con el tiempo a una distinción que nunca se había atrevido a proponer.

José Mateu, Catedrático de Teología en esta Universidad, de la Orden de S. Bernardo. A Isabel Bonnin, mujer de Rafael Valls mayor. El Reverendo P. Fr. Martín Canet, Lector Jubilado y Vicario Provincial de San Augustín. El P. Fr. Miguel Poquet, Lector de Filosofía en los Mínimos. El P. Gabriel Coll, Jesuita, Lector que fue de Filosofía.

Que se levante el ejército, pero que se siente don Cristóbal gritó uno. El Jubilado quedó parado en firme, echó una mirada de triste reconvención hacia el sitio de donde había partido la voz, se llevó el pañuelo a los ojos para enjugarse las lágrimas, bebió con calma lo que restaba de vino en la copa y se sentó gravemente entre el aplauso y la risa de los comensales.

El único rival temible para D. Santos era el conde de Onís; pero éste ya estaba descartado. Su carácter excéntrico, su misticismo y las extrañas manías en que daba con frecuencia, habían concluido por aburrir a la muchacha... Con estos argumentos y un formidable pisotón de inteligencia que Paco le dio, el Jubilado entró en razón y se puso de parte de ellos.

Cuando llegó el momento había adquirido tal importancia que, como sucede generalmente en los pueblos pequeños, apenas se hablaba de otra cosa. Las relaciones del Jubilado y sus cuatro hijas eran numerosísimas, y todas ellas aspiraban a ser invitadas el día de la boda.

Por otra parte, la misma aspiración alimentaban en su pecho algunos dignos y pundonorosos oficiales del batallón de Pontevedra amigos del futuro. No siendo posible reunir tanta gente en el hogar poético del Jubilado, se pensó en celebrar la boda en el campo. La casa más a propósito era la de la Granja por su proximidad a la población.

Verdad era que sus cincuenta y tantos años parecían sesenta; pero sesenta años de una robustez envidiable; su bigote blanco, su perilla blanca, sus cejas grises le daban venerable y hasta heroico aspecto de brigadier y aun de general. No parecía un Regente de Audiencia jubilado, sino un ilustre caudillo en situación de cuartel».

Palabra del Dia

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