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Actualizado: 23 de septiembre de 2025


Con objeto de evitar la rápida pendiente había tomado un camino más largo y de mayor rodeo, en cuyo lodo viscoso Jovita se hundía hasta las orejas a cada paso.

Eran las dos; apenas alcanzara Rattlesnake-Hill, y ya en aquel intervalo Jovita había hecho gala de todos sus vicios, y sacado a relucir todas sus habilidades. Tres veces tropezó. Dos veces alzó el romo hocico en línea recta con las riendas, y resistiendo el freno y la espuela, echó a correr locamente a través de campos y sembrados.

Apretó los dientes, encajó sus rodillas en los costados de la yegua y cambió su táctica de defensa en una enérgica ofensiva. Excitada y enardecida Jovita, emprendió el descenso de la cuesta. El artificioso Federico fingía detenerla con represión manifiesta, y mentidos gritos de temor. Inútil es añadir que Jovita en seguida emprendió vertiginosa carrera.

Sea porque el baño en Rattlesnake-Creek hubiese templado su maligno ardor, o bien porque el arte con que Federico la condujo le hubiese demostrado la superior malicia de su jinete, Jovita ya no malgastaba su energía sobrante en vanos caprichos, y parecía haber adquirido una grave solemnidad.

Una vez allí, se pasó un recado a don Santos para que se presentase inmediatamente; otro al penitenciario. Cuando ambos acudieron, el padre, la hija y estos dos señores, Manuel Antonio y Jovita Mateo salieron ocultamente de Lancia por la carretera de Castilla. Después de caminar un rato esperaron el coche que don Juan había mandado venir.

La yegua levantó las patas al aire con un salto terrible, sacudiendo del bocado a la persona que la había agarrado y descargó su mortal malevolencia contra el obstáculo detentor. Una blasfemia rasgó los aires, sonó un pistoletazo, caballo y salteador rodaron por el suelo y un momento después Jovita estaba a cien metros de aquel funesto lugar.

Poco después, no pudiendo dominar la molestia que sentía, el conde se despidió. Este negocio de Luis no se presenta nada bien decía a última hora Manuel Antonio en un grupo que se retiraba por la calle de Altavilla, donde iban María Josefa, el Jubilado y su hija Jovita. El matrimonio con Fernanda, si es que lo llega a realizar, le ha de costar muchos disgustos.

Entonces una propone jugar a la cuerda y las demás acceden batiendo las palmas. Jovita es la primera. Salta, salta hasta que queda rendida y se deja caer sobre el césped, llevándose la mano al corazón, que palpita con la fatiga, no con la agitación insana de las pasiones juveniles.

Estas señoritas saben muy bien que las cosas no se realizan nunca como y cuando queremos. Si yo les dijese ahora una época y resultase otra, pensarían que había tratado de burlarme de ellas. Apesar de los esfuerzos que hacía por sonreír, el semblante del conde reflejaba tristeza infinita. Su voz salía apagada y enronquecida. ¡No, no! ¡Nada de eso! exclamó riendo Jovita.

Ni la plática afectuosa y elocuente del penitenciario, ni las bromas incesantes de Manuel Antonio mientras tomaban el desayuno, ni las caricias de Jovita, ni la alegría afectada, ruidosa, de su padre lograban sacarla de su extraña distracción. Clareaba el día, un día triste, nublado, que se filtraba melancólicamente por los cristales.

Palabra del Dia

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