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En todos estos lugares había un grupo de jóvenes o de viejos que le juzgaban parte integrante de la tertulia. No había tal. D. Laureano no se entregaba a ninguna sociedad; saltaba de una a otra con la mayor indiferencia.

Hasta tocar casi en las primeras casas no alcanzó á sus favorecidas, que sin volver la vista atrás caminaban con toda la celeridad que les consentían sus fatigados pulmones. Al verlas no pudo menos de sonreir exclamando en voz baja: «¡Vaya unas piernas que os ha dado el miedo, hijas míasPasó delante de ellas y saludó cortésmente. Buenas tardes. Buenas tardes respondieron las jóvenes.

No había que hablar a aquellos jóvenes, que se reunían todas las tardes y todas las noches del año en torno de una mesa del café Oriental, de otra cosa que de teatros y comediantes.

Complacíanse en verle montar a caballo, guiar un faetón, alternar con los jóvenes de la aristocracia, y se engreían infinitamente cuando oían hablar de su elegancia, de sus queridas, de los triunfos que obtenía en sociedad. Aquellos dos pobres hombres, encerrados en su oscura tienda, haciendo números y midiendo telas todo el día, no tenían con los goces de la existencia otro contacto.

No tuvo Santa Cruz más remedio que ceder a la exigencia de aquel maldito inglés, y tomando de sus manos la copa, decía a media voz: «Valiente curdela tienes ». Pero el inglés no entendía... Jacinta vio que aquello se iba poniendo malo. El inglés llamaba al orden, diciendo a los más jóvenes con su boquita cerrada que tuvieran fundamenta.

Pero le ruego que no continúe tejiéndome coronas; me conozco, no me resolvería nunca a dejar un sitio donde la permanencia es tan agradable. Luego, mirando a las jóvenes con aire de admiración: Señoritas, ustedes tienen el secreto de hacerme feliz; sus palabras destilan la miel de la lisonja, y son ustedes también el placer de los ojos.

Después reía señalando a un grupo de sacerdotes jóvenes, cuidadosamente afeitados, con las mejillas azules y sonrosadas y manteos de seda que al revolotear esparcían un fuerte olor de almizcle.

Pero al que extienda mas allá sus miradas, y considere que los entendimientos de los jóvenes no son únicamente tablas donde se hayan de tirar algunas líneas que permanezcan allí inalterables para siempre, sino campos que se han de fecundar con preciosa semilla, á este le incumben tareas mas elevadas y mas difíciles.

Veía a las jóvenes, con trajes claros, columpiándose en las mecedoras, los negros cabellos en trenza, adornados con alguna flor de vivos colores, mientras sus galanes, montados sin etiqueta en las sillas, departían con ellas en voz baja o les daban aire con el abanico.

Antes jugaba mucho al tresillo; ahora se le halla casi toda la noche y parte de la tarde fumando y tomando café en una mesa, cerca de la de billar, viendo cómo juegan el hijo del boticario y el Ayudante de Marina, hablando con ellos a su modo a ratos, y a ratos con dos abogados y un médico, jóvenes, de lo más culto y tratable que hay aquí, y conmigo, que solemos acompañarle...