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Actualizado: 17 de octubre de 2025


Todas las tardes de verano cruzaban por las calles de Lima varios muchachos, y al pregón de ¡el jazminero!, salían las jóvenes a la ventana de reja, y compraban un par de hojas de plátano, sobre las que había una porción de jazmines, diamelas, aromas, suches, azahares, flores de chirimoya, y otras no menos perfumadas. Las limeñas de entonces buscaban sus adornos en la naturaleza, y no en el arte.

Acompañábanla, además del señor cacoquimio, un jovencito como de catorce años, que llevaba tras , atado de una cadena, un enorme perro negro, y cerraban la comitiva dos criadas jóvenes y guapas, que no tenían facha de gente española.

Al oír estas palabras los dos jóvenes deslizáronse de sus asientos y cayeron de hinojos a los pies del doctor, que poniendo las manos sobre sus cabezas, alzó los ojos al cielo brillándole de gozo la mirada mientras sus labios parecían murmurar una oración de gracias al Altísimo. Ellos, en tanto, con timidez y en voz baja se decían: ¿Es cierto que me amaba usted hace ya tiempo, Antoñita?

Los jóvenes se echaron a reír y Pepe Vera le envió un beso en la punta de los dedos. María comprendió inmediatamente que aquella expresión no había sido dicha sino para hacerle volver la cara. No pudo menos de sonreírse y se alejó dejando caer el pañuelo. Pepe lo recogió apresuradamente y se acercó a ella, como para devolvérselo.

Y otros decían, con más razón aparente aunque no en el caso de él , que aquella entereza de carácter no era grandemente meritoria en quien, rico desde la cuna, no había tenido que bregar por abrirse camino, como tantos de nuestros jóvenes pobres, en pueblos donde por viejas tradiciones coloniales se da a los hombres una educación literaria, y aun esta descosida e incompleta, que no halla luego natural empleo en nuestros países despoblados y rudimentarios, exuberantes, sin embargo, en fuerzas vivas, hoy desaprovechadas o trabajadas apenas, cuando para hacer prósperas a nuestras tierras y dignos a nuestros hombres no habría más que educarlos de manera que pudiesen sacar provecho del suelo providísimo en que nacen.

En el primer momento tuvo Fernando un arrebato de cólera. ¡A él con musiquitas!... Sentía deseos de insultar a todos aquellos jóvenes, con la temeridad que comunica a todo hombre un amor nuevo.

¡Imposible! contestó el Capitán, arrojándose fuera con el fusil en la mano. Horn y los tres jóvenes, muy alarmados, salieron también armados de sus fusiles. Los ladridos continuaban a intervalos regulares, pero sin acercarse. Es imposible que sean los papúes repitió el Capitán, que no apartaba la vista del bosque. ¿Por qué? le preguntó Cornelio. Porque nunca han tenido perros, ni aquí los hay.

¡Bravo! ¡bravo! gritaron Paco y Edelmira, que también se sentían muy jóvenes; y obligaron a don Víctor a chocar las copas.

Los urritaos, ó sean los jóvenes, levantaron una cruzada que fué á engrosar las filas de los que combatían la idea por el orgullo, viniendo á ser las pasiones sensuales y las tradiciones aristocráticas, las piedras de apoyo que sustentaban la discordia y la oposición.

Palabras y sonrisas conducían rectamente al matrimonio; sólo era posible el trato con las jóvenes para hablar de la formación de una nueva familia. Y esta juventud ruidosa, alegre, exuberante en jugos, sufría un suplicio tantalesco al hablar de las muchachas más hermosas de la ciudad.

Palabra del Dia

crocus

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