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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Juan no atravesaba nunca la aldea sin divisar en sus respectivas ventanas el apergaminado rostro de la vieja Clement y la risueña cara de Rosalía. Esta última se había casado el año anterior, siendo Juan uno de los testigos, y de los que más alegremente bailaron la noche de la boda con las jóvenes de Longueval.
Sin embargo, á una señal de Fortunato, los jóvenes se cogieron del brazo y salieron. Por lo menos ahora estaban seguros de que nadie conseguiría separarlos. En el salón, Roussel y Clementina se examinaban en silencio. Quien los hubiera visto en este momento, difícilmente hubiera pensado que estaban bien dispuestos el uno para el otro.
Dióme tristeza la disposición del alcalde cuando la supe, pero no era posible evitarla ya, y además la aprehensión de Pablo era el pararrayos que salvaba a los demás jóvenes del pueblo. Algunas gentes compadecieron al pobre muchacho; pero ninguno se atrevió a abogar por su libertad, y el oficial lo recibió preso.
El escritor dirige a las jóvenes un discurso, muy bien hecho a fe mía, en el que les dice poco más o menos: «Soñad con un marido, unos hijos y un hogar; es legítimo. Tratad de ser unas muchachas casaderas tan cumplidas, que el dejaros por cuenta atestigüe una inverosímil ceguera.
Comencé por hacer una especie de estadía en la antecámara misma de los asuntos públicos, es decir en medio de un pequeño parlamento compuesto de jóvenes voluntades ambiciosas, de muy jóvenes abnegaciones dispuestas a ofrecerse, en el cual se reproducían en diminutivo una parte de las polémicas que agotaban entonces a toda Europa.
En virtud de estas reflexiones, se suspendieron por unos días los paseos campestres y los marítimos; cesaron también las sesiones de dibujo y de pintura que solían tener los dos jóvenes para desarrollar apuntes del natural, tomados por Nieves bajo la dirección de Leto en sus excursiones por mar y por tierra, y únicamente quedó como estaba la tertulia del anochecer, a la cual concurría también el viejo boticario.
D. Félix, que había entrado en su casa y había salido rápidamente con dos envoltorios de papel en las manos, se acercó á las jóvenes en aquel momento. Vengo á ofreceros estos cartuchitos de caramelos y lo hago con cierto temor, porque no estoy seguro de que os gusten. ¡Es tan raro que á las niñas les agraden los dulces!
Cuál era esta misión, es cosa que no sabía á punto fijo. Los jóvenes como aquél no gustan de concretar las cosas porque temen la realidad; creen demasiado en la predestinación, y engañados por la brillantez del sueño, piensan que los sucesos han de venir á buscarlos, en vez de buscar ellos á los sucesos.
Eran dos hermanas, Berta y Julieta, huérfanas de un diplomático que había hecho desarrollarse su niñez en lejanos países del Extremo Oriente y la América del Sur; dos hermanas libres de toda vigilancia de familia, jóvenes, de escasa renta y numerosas relaciones, que figuraban en todas las fiestas de París. Los tés de la tarde que se convierten en bailes las veían llegar con exacta puntualidad.
Aquellas señoras de respetable aspecto las más, guapas y jóvenes algunas, celebraban con alegría evangélica el natalicio de Nuestro Señor Jesucristo como si el Hijo de María hubiese venido al mundo exclusivamente para ellas y otras cuantas personas distinguidas. La Natividad del Señor se les antojaba algo como una fiesta de familia.
Palabra del Dia
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