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Con esto Andronico le pareció que sería conveniente buscar algun medio para que esto se compusiese; y así mando á su hermana Irene, y á su sobrina María, que se fuesen luego á Galípoli, y tratasen con Roger, que dajando la mayor parte de su ejército en Asia, con solos mil hombres escogidos pasase á juntarse con Miguel.

¡Vamos, no diga usted eso, Vice-Rector! contestaba el canónigo Irene empujando la silla en que aquel se sentaba; en Hong Kong hacen ustedes negocio redondo y construyen cada finca que... ¡vaya! ¡Tate, tate! contestaba; ustedes no ven nuestros gastos, y los inquilinos de nuestras haciendas empiezan á discutir...

Pues dentro de algunos años estarán muertas ó locas... Capitan D se opone á que se casen, y la locura del tío se manifiesta en las sobrinas... Esa es la señorita E, la riquísima heredera que se disputan el mundo y los conventos... ¡Calla! ¡á ese le conozco! el P. Irene, disfrazado, ¡con bigotes postizos! ¡Le conozco en su nariz! ¡Y él que tanto se oponía!...

Aumentaba su buen humor la circunstancia de dar muchos codillos, pues el P. Irene y el P. Sibyla que con él jugaban, desplegaban cada uno toda su inteligencia para hacerse perder disimuladamente, con gran irritacion del P. Camorra que por haber llegado, tan solo aquella mañana no estaba al tanto de lo que se intrigaba.

Y así fué como el P. Irene, cumpliendo á la vez con sus deberes de amistad y de crítico, iniciaba un aplauso para animarla: la Serpolette lo merecía. Entre tanto nuestros jóvenes esperaban el cancan, Pecson se volvía todo ojos; todo menos cancan había.

¿Qué se dispone acerca de las armas de salon? preguntó el secretario aprovechando la pausa. Simoun asomó la cabeza. ¿Quiere usted ocupar el puesto del P. Camorra, señor Simbad? preguntó el P. Irene; usted pondrá brillantes en lugar de fichas. No tengo ningun inconveniente, contestó Simoun acercándose y sacudiendo la tiza que manchaba sus manos; y ustedes, ¿qué ponen?

¡Memento, homo, quia pulvis es! murmuró el P. Irene sonriendo. ¡P ! soltó Ben Zayb. El tenía preparada la misma reflexion y el canónigo se la quitaba de la boca. No sabiendo qué hacer, prosiguió Mr. Leeds cerrando cuidadosamente la caja, examiné el papiro y dos palabras de sentido para desconocido.

El joven no se podía explicar de dónde le podía venir la droga; los únicos que frecuentaban la casa eran Simoun y el P. Irene, aquel venía raras veces, y éste no cesaba de recomendarle fuese severo é inexorable en el régimen y no hiciese caso de los arrebatos del enfermo, pues lo principal era salvarle. Cumpla usted con su deber, joven, le decía, cumpla usted con su deber.

Yo pensaba en usted, capitan... El partido de los violentos no pudo conseguir mucho del General, y echaban de menos á Simoun... ¡Ah! si Simoun no llega á enfermarse... Con la prision de Basilio y la requisa que se hizo despues entre sus libros y papeles, Capitan Tiago se había puesto ya bastante malo. Ahora venía el P. Irene á aumentar su terror con historias espeluznantes.

Pasadas las primeras manifestaciones del entusiasmo que en la juventud siempre toma formas algo más exageradas por lo mismo que ella todo lo hermoso, quisieron enterarse de cómo habían ido las cosas. Esta mañana me con el P. Irene, dijo Makaraig con cierto misterio. ¡Viva el P. Irene! gritó un estudiante entusiasta.