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Actualizado: 8 de julio de 2025
Don Custodio iba á protestar: aquel Simoun era verdaderamente un grosero mulato americano que abusaba de su amistad con el Capitan General para insultar al P. Irene. Verdad es tambien que el P. Irene tampoco le habría soltado por tan poca cosa.
Cuando, después de la muerte de Constancio, sube al trono imperial, se dirige á Jerusalén con Elena, Irene y Licinio, al cual asocia al imperio por su valor probado.
La misma objecion se la he hecho al P. Irene, pero con su risa picaresca me dijo: Hemos ganado mucho, hemos conseguido que el asunto se encamine hácia una solucion, el enemigo se ve obligado á aceptar la batalla... si podemos influir en el ánimo de don Custodio para que, siguiendo sus tendencias liberales, informe favorablemente, todo está ganado; el General se muestra en absoluto neutral.
Si persiste, tú te vienes conmigo y él que se vaya al infierno. Estaba furiosa. Su hija, aunque quisiera poner reparos a esto de la separación, pues adoraba a su infiel marido, no se atrevió. Bajó sumisa la cabeza. Cuando llegó el momento de marchar, Pepa se dirigió a su yerno: Emilio, haz el favor de acompañarme. Deseo hablar contigo. "¡Malo!" dijo para sí el joven. ¿E Irene? Que vaya sola.
¡Qué hombre más singular es este Simoun, qué ocurrencias tiene! dijo el P. Irene riendo.
Esta pícara vale más oro que pesa.... Vamos a ver ¿qué te gusta más, Aldeacorba de Suso o Santa Irene de Campó? No me disgusta Aldeacorba. ¡Ah!, picarona... ya veo el rumbo que tomas.... Bien, me parece bien. ¿Saben ustedes que a estas horas mi hermano le está echando un sermón a su hijo? Cosas de familia: de esto ha de salir algo bueno.
El fraile-artillero como jugaba de buena fé y ponía atencion, se ponía colorado y se mordía los labios cada vez que el P. Sibyla se distraía ó calculaba mal, pero no se atrevía á decir palabra por el respeto que el dominico le inspiraba; en cambio se desquitaba contra el P. Irene á quien tenía por bajo y zalamero y despreciaba en medio de su rudeza.
El estudiante cuando decía alguno, daba á entender el P. Irene, gran amigo y gran consejero de Capitan Tiago en sus últimos días. El opio es una de las plagas de los tiempos modernos, repuso el Capitan con un desprecio é indignacion de senador romano; los antiguos lo conocieron, mas nunca abusaron de él. Y el disgusto más clásico se pintó en su cara de epicúreo bien afeitado.
Al salir del coche, con el rostro encendido, más hermosa que nunca, le dijo: Sube un momento: tengo que darte el reloj de Irene, que se le ha olvidado ayer. Emilio la subió del brazo y entró con ella en su gabinete. Mientras tanto, Irenita llegaba a casa en un estado de agitación fácil de comprender en una niña tan sensible y enamorada de su marido.
LICANOR. Qué derrotada tormenta... FENCIS. Qué deshecho terremoto... IRENE.. Qué fantástica quimera REY.. A estos puertos, LICANOR. A estos montes, FENCIS. ¿Te trae? IRENE. ¿Te arroja? REY. ¿Te echa? Esta especie de diálogo es tan raro y poco común, que para comprenderlo bien conviene citar un ejemplo. Elegimos uno de la tercera jornada de Amar después de la muerte.
Palabra del Dia
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