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Actualizado: 8 de octubre de 2025


Así escriben los árabes el nombre de Carlomagno. Irene, emperatriz de Constantinopla, célebre por su belleza y por sus nobles esfuerzos en favor de la Iglesia maltratada por los iconoclastas, ó destructores de imágenes, era viuda de Constantino Copronimo desde el año 780, y decíase que habia brindado con su mano á Carlomagno con el objeto de unir los dos imperios de Oriente y Occidente, y salvar de este modo á la cristiandad, amenazada por el creciente poderío de los Mahometanos.

Ninguno se atrevía á hacer coro á aquellas diatribas; don Custodio podía indisponerse con S. E. si quería, pero ni Ben Zayb, ni el P. Irene, ni el P. Salví, ni el ofendido P. Sibyla tenían confianza en la discrecion de los demás.

El P. Irene buscaba al bromista y vió al P. Salví, que estaba sentado á la derecha de la condesa, ponerse pálido como su servilleta mientras con los ojos desencajados contemplaba las misteriosas palabras. ¡La escena de la esfinge se le presentó en la memoria! ¿Qué hay, P. Salví? preguntó; ¿está usted reconociendo la firma de su amigo?

Volvió á persuadir á Roger lo que antes por medio de Canavurio familiar ministro de Irene su suegra, el cual después de ir y venir muchas veces de Constantinopla á Galípoli, concertó el mayor negocio para los Catalanes, que se pudo desear para su grandeza y aumento, si como se les ofreció se les cumpliera; pero la insolencia de los soldados, la envidia de los Griegos, la instancia del hijo trocó el amor y aficion que Andronico tenía á nuestras cosas en mortal aborrecimiento; y así se determinó entre el Emperador y su hijo dar aparente y honrosa satisfacion á los Catalanes, y ocultamente trazar su perdicion y ruina; aunque esto no lo dicen los Historiadores, dejase fácilmente entender por lo que después se hizo.

En esto fueron entrando otras muchas personas en el salón. Llegaron Mariana Calderón y su hija Esperanza, los condes de Cotorraso, Pepa Frías y su hija Irene. Esta última traía el semblante pálido y ojeroso: como que salía de la cama donde había estado algunos días retenida por una afección nerviosa. Ya que estuvo poblado, la marquesa les invitó a pasar al oratorio y así lo hicieron.

Aquel día se iba á dar la batalla sobre la cuestion de la enseñanza del castellano por la que estaban allí desde hace días el P. Sibyla y el P. Irene. Se sabía que el primero, como Vice Rector, estaba opuesto al proyecto y que el segundo lo apoyaba y sus gestiones lo estaban á su vez por la señora condesa. ¿Qué hay, qué hay? preguntaba S. E. impaciente.

¿Qué vamos á poner? contestó el P. Sibyla. El General pondrá lo que guste, pero nosotros, religiosos, sacerdotes... ¡Bah! interrumpió Simoun con ironía; usted y el P. Irene pagarán con actos de caridad, oraciones, virtudes, ¿eh?

Hace unas noches se despertó sin luz y creyó que se había vuelto ciego; estuvo alborotando, lamentándose é insultándome, diciendo que le había sacado los ojos... Cuando entré con una luz me tomó por el P. Irene y me llamó su salvador... ¡Como el gobierno, exactamente!

El P. Irene aprobaba con la cabeza frotando su larga nariz. El P. Salví, aquel religioso flaco y descarnado, como satisfecho de tanta sumision continuó en medio del silencio. ¡Es que no hay ninguna laguna decente en este país! intercaló doña Victorina, verdaderamente indignada y disponiéndose á dar otro asalto para entrar en la plaza.

Puñales, ¡tambien es contentarse! exclamó el P. Camorra; en el vapor por poco nos pegamos de cachetes: porque es bastante insolente, ¡le un empujon y me contestó con otro! Hay ademas un tal Macaragui ó Macarai... Macarai, repuso el P. Irene terciando á su vez; un chico muy amable y simpático.

Palabra del Dia

mármor

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