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Actualizado: 8 de octubre de 2025


Una carcajada seca, sepulcral siguió á estas palabras mientras una voz ahogada respondía: ¡No! ¡piedad...! Era el P. Salví que rendido por el terror estendía ambas manos y se dejaba caer. ¿Qué tiene V. R. P. Salví? ¿Se siente mal? preguntó el P. Irene, Es el calor de la sala... Es el olor á muerto que aquí se respira...

Los grandes dioses, entre ellos el P. Irene y el P. Salví, habían llegado ya, es verdad, pero aun faltaba el trueno gordo. Estaba inquieto, nervioso; su corazon latía violentamente, tenía ganas de desahogar una necesidad, pero había primero que saludar, sonreir, y despues iba y no podía, se sentaba, se levantaba, no oía lo que le decían, no decía lo que se le ocurría.

Grandes anuncios cubrían las paredes de las casas, misteriosos y fúnebres, que excitaban la curiosidad. Ni Ben Zayb, ni el P. Camorra, ni el P. Irene, ni el P. Salví la habían visto aun; solo Juanito Pelaez estuvo á verla una noche y contaba en el grupo su admiracion.

Cuando Constantino, hijo del emperador Constancio, camina hacia Grecia para casarse allí con la princesa Irene, muere asesinado por unos ladrones, que lo reconocen después de perpetrado su delito, y huyen aterrados.

Y le hacía un sermoncito sobre este tema, con tanta conviccion y entusiasmo que Basilio llegaba á sentir simpatías por el predicador. El P. Irene prometía ademas procurarle un buen destino, una buena provincia, y hasta le hizo entrever la posibilidad de hacerle nombrar catedrático. Basilio, sin dejarse llevar de las ilusiones, hacía de creer y cumplía con lo que le decía la conciencia.

Yo no podía creer que estuvieses enamorado, porque siempre has tenido buen gusto.... Porque en resumen, esa mujer no es más que un paquete de trapos.... Si vistes el palo de la escoba como ella, puede muy bien hacer sus veces.... Pero ya ves, Irene lo cree y tienes la obligación de evitarla esos disgustos.

Estaba pálido como un muerto. Otras señoras creyeron deber desmayarse tambien y así lo hicieron. Delira... ¡P. Salví! ¡Ya le decía que no comiese la sopa de nido de golondrina! decía el P. Irene; eso le ha hecho mal. ¡Si no ha comido nada! contestaba D. Custodio temblando; como la cabeza le ha estado mirando fijamente le ha magnetizado...

Como Makaraig no había llegado aun las conjeturas estaban á la orden del día. ¿Qué habrá pasado? ¿Qué ha dispuesto el General? ¿Ha negado el permiso? ¿Triunfó el P. Irene? ¿Triunfó el P. Sibyla? Estas eran las preguntas que se dirigían unos á otros, preguntas cuyas respuestas solo podía dar Makaraig.

Quería salir del paso dando gusto á todos, á los frailes, al alto empleado, á la condesa, al P. Irene y á sus principios liberales.

No hables mal de Santa Irene de Campó, una villa ilustrada, donde se encuentran hoy muchas comodidades y una sociedad distinguida. También han llegado allá los adelantos de la civilización... de la civilización. Andando a mi lado juiciosamente puedes admirar la Naturaleza; yo también la admiro sin hacer cabriolas como los volatineros.

Palabra del Dia

reclinándose

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