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Actualizado: 5 de junio de 2025
Paseábase en tanto Zadig por los jardines que ornaban las inmediaciones del lugar, quando á corta distancia del camino real vió una muger llorando, que invocaba cielos y tierra en su auxîlio, y un hombre enfurecido en seguimiento suyo. Alcanzábala ya; abrazaba ella sus rodillas, y el hombre la cargaba de golpes y denuestos.
Su antiguo condiscípulo Francisco Sánchez, el Brocense, lanzaba una sucia palabrota contra Santo Tomás, cuando se invocaba su autoridad sublime en las disputas. El Cardenal Arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, luteranizaba en su Catecismo Cristiano. Había llegado, pues, ese instante supremo en que una batalla se pierde por una pausa de la voluntad.
Y le largaron, huyendo el portugués despavorido, rabo entre piernas. Esteven, entretanto, al que un grupo de fieles protegía, invocaba a todos para restablecer el orden. ¿Qué pasaba allí? ¿por qué barullo tan grande? Se adelantó, cuando un furioso se le vino encima con el puño cerrado y le escupió a la cara este insulto: ¡Canalla! Dos o tres voces gritaron al mismo tiempo: ¡Abajo Eneene!
Y Frígilis invocaba esto y los derechos del marido ultrajado para obligar a Mesía a huir. «Eso no es cobardía dice que le dijo eso es hacerse justicia a sí mismo, usted merece la muerte por su traición y yo le conmutó la pena por el destierro». ¿Eso dijo Crespo? Eso. ¡Miren Frígilis! Tiene mucha confianza con Álvaro, que le respeta mucho. Bueno, ¿y qué más? Nada, que Álvaro dio palabra.
No sólo se le presenta a María y a José intercediendo con toda energía por la salvación del malvado por la sola razón que invocaba sus nombres, sino que ni se conmueven ni ensayan siquiera dulcificar la crueldad de Jesucristo cuando condena a muerte repentina y condenación eterna a las dos desdichadas mujeres de mala vida.
En uno de sus desperezos de cansancio, Gillespie había juntado las dos piernas, colocándolas casualmente, con geométrica exactitud, sobre las dos ventanas, lo que creó repentinamente la noche en el interior del salón, precisamente al mismo tiempo que el poeta invocaba la salida del sol.
En medio de estos dulcísimos ensueños de su alma arrebatada, sentía Maximiliano unos saetazos que le hacían volver sobresaltado a la realidad. Era como la feroz picada de un mosquito cuando estamos empezando a dormirnos dulcemente... Por mucho que se estirase el dinero sacado de la hucha, al fin se tenía que concluir, porque todo es finito en este mundo, y el metálico precisamente es una de las cosas más finitas que se pueden imaginar... ¡María Santísima!, cuando el temido momento llegase... ¡cuando la última peseta del último duro fuera cambiada...! Si el mosquito le picaba a Maximiliano cuando estaba en su cama dormido o preparándose a ello, incorporábase tan desvelado cual si fueran las doce del día, o se ponía a dar vueltas en el lecho y a calentarlo con el ardor de su febril zozobra. A veces invocaba al Cielo con íntimo fervor de oración. Esperaba que la obra generosa que había emprendido pesase mucho en las recónditas intenciones de la Providencia para que Esta le sacase del atolladero en que los amantes iban a caer.
Anoche se quejaba de atroces dolores, y, cosa rara en hombre tan religioso, jí, jí, más invocaba a los demonios que a la Santísima Virgen.
No era pedante, pero cuando le apuraban un poco, cuando le contradecían, invocaba el sacrosanto nombre de la ciencia, como si llamase al comisario de policía. «La ciencia manda esto; la ciencia ordena lo otro». Y no se le había de replicar.
En aquellas cortas líneas en que víctima invocaba los hidalgas sentimientos de verdugo, se hablaba de un compromiso de honor, proponíanse las condiciones más espantosas, pasaba por todo con tal de ablandar el corazon de bronce del usurero, y obtener de él la afirmativa.
Palabra del Dia
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