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Actualizado: 24 de junio de 2025


Y un sentimiento nuevo, inaudito, increíble, había invadido el corazón de Vérod, un sentimiento que habría debido ocasionarle una pena intolerable, pero que él soportaba con resignación, casi con placer.

Habiendo invadido los prusianos los reinos de Würtemberg y de Bavaria, era bastante natural que su ardor patriótico y el gran trastorno de la invasión hubieran hecho olvidar al coronel la tragedia japonesa que, según me había manifestado, se titulaba Emperador ciego. ¡Pueden ustedes hablarme de los pueblos de sangre gorda!

Don Víctor llegó a reconocer, pero sin confesarlo a nadie, que él era menos enérgico de lo que había creído; «no, no tenía fuerza para oponerse al jesuitismo que había invadido su hogar». ¡Oh, por algo él vacilaba antes de consentir a De Pas apoderarse del ánimo de su esposa!

La luz de la barca comenzó a trazar en la obscuridad el contorno de una casa ancha y de techo bajo que parecía flotar sobre las aguas. Era el piso superior de un edificio invadido por la inundación. El piso bajo estaba sumergido; faltaba poco para que el agua llegase a las habitaciones superiores. Los balcones y ventanas podían servir de embarcaderos en aquel lago inmenso.

Contuvo una sonrisa al estirar sus robustos miembros. Cuando, desde la víspera por la tarde, había aspirado sin tregua a encontrase con ella, se sentía invadido, en el momento de volver a verla, por una especie de aprensión singular.

Sentíase invadido por una deliciosa inmovilidad; cerrábanse sus ojos; adivinaba que, por poco que durase este concierto, iba a dormirse. Para evitarlo, Gallardo contemplaba a la hermosa señora, vuelta de espaldas a él. ¡Qué cuerpo, madre de Dios! Sus ojos africanos fijábanse en la nuca de redonda blancura, coronada por una aureola de pelos de oro locos y rebeldes.

Todo lleno de algas y de hierbas, ha sido invadido por los pinos acuáticos y los juncos; en el medio solamente resalta un hilo de agua cenagosa y negra, en el que se columpia perezosamente la lenteja acuática, con sus hojas delicadas de color verde claro.

El sol había derretido su pintura; las tablas se agrietaban y crujían con la sequedad, y la arena, arrastrada por el viento, había invadido su cubierta. Pero su perfil fino, sus flancos recogidos y la gallardía de su construcción, delataban una embarcación ligera y audaz, hecha para locas carreras, con desprecio á los peligros del mar. Hasta de nombre carecía.

No paré hasta la China, donde llegué con un intérprete que me dixo que era el pais donde se podia vivir alegre y libre: los Tártaros que le habian invadido todo lo ponian á sangre y fuego, miéntras que los reverendos padres jesuitas por una parte, y los reverendos padres domínicos por otra, decian que ganaban almas para el cielo, sin que nadie lo advirtiese.

Entonces el cuadro que se presentó a la vista de los que allí se encontraron, fue terrible: en un extremo de la estancia, la cuna de la niña cubierta de hollín: las cortinas se habían encendido, el fuego había invadido las ropas; la desgraciada criatura había muerto quemada, por un descuido de Graciana, que, atolondrada por la fuga, había dejado la bujía a poca distancia de la cuna.

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