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Actualizado: 30 de abril de 2025
Aquel silencio augusto, aquel reposo momentáneo del gran atleta la conmovía hasta lo íntimo, infundía en su espíritu alborotado un ansia ardiente de paz. ¿Quién le había dicho que el mar era terrible? ¿Qué corazón pequeño le había hablado de sus crueles traiciones? ¡Ah, no! El mar era noble y generoso como lo son los fuertes siempre, y sus cóleras, aunque temibles, eran pasajeras.
No era, no, aquella hermosa noche en que se había quedado también de bruces después de hablar con su tío. Entonces, la belleza esplendorosa del cielo, tachonado de estrellas, el limpio cristal de las aguas, donde cabrilleaba la luz de la luna, la blanda brisa juguetona, le hablaron un lenguaje de muerte, sí, pero dulce, recogido, íntimo. Era una voz amiga que le invitaba a reposar.
El padre Aliaga levantó la vista de sobre la alfombra y la fijó en la reina. Margarita de Austria sonreía; su sonrisa era la expresión de un contento íntimo, y aumentaba su dulce belleza. La mirada que el padre Aliaga fijó en la reina, era la perpetua mirada que el mundo conocía en él: reposada, tranquila, y aun nos atrevemos á decirlo: ascética.
Los dos primos se contemplaron con una curiosidad no exenta de recelo. Les ligaba un parentesco íntimo, pero se conocían muy poco, presintiendo mutuamente una completa divergencia de opiniones y gustos. Al examinar Argensola á este sabio, le encontró cierto aspecto de oficial vestido de paisano.
Los ojos medio cerrados, lucían por detrás de sus largas pestañas con íntimo gozo que la expresión indiferente y grave de su fisonomía no podía ocultar. Gonzalo trató de cruzar la venda por detrás, pero le fué imposible. Cecilia acudió en su auxilio metiendo la mano con decisión por debajo de la camisa.
El cura D. Miguel casó a doña Luz y a D. Jaime. Sólo fueron testigos o se hallaron presentes D. Anselmo, Pepe Güeto y su mujer, don Acisclo y dos de sus hijos, un íntimo amigo de don Jaime, venido para ello de la corte, coronel de caballería, y llamado D. Antonio Miranda, y los criados de la casa de D. Acisclo. El P. Enrique fue también testigo de la boda.
Al final de estas deliciosas rebuscas en el pasado, venía lo más interesante, lo más íntimo, el álbum de ella sólo le permitía hojear de prisa, obligándole a no mirar ciertas páginas. Era un volumen modestamente encuadernado en cuero negro con broches de plata, pero Rafael lo contemplaba como un prodigioso fetiche, con la adoración que inspiran los grandes hombres.
La mansión de Montifiori revelaba bien claramente que el dueño de casa rendía un culto íntimo al siglo de la tapicería y del bibelotaje, del que los hermanos Goncourt se pretenden principales representantes: todos los lujos murales del Renacimiento iluminaban las paredes del vestíbulo: estatuas de bronce y mármol en sus columnas y en sus nichos; hojas exóticas en vasos japoneses y de Saxe; enlozados pagódicos y lozas germánicas: todos los anacronismos del decorado moderno; en fin, Montifiori, bien juzgado, era un poco burgués a lo monsieur Jourdain al fin.
Aquí se hacen muchas cosas por el solo gusto de hacer; se dicen muchas cosas por el solo gusto de decir: hay ostentacion, aparato; no hay intencion, no hay propósito, no hay ese íntimo y fervoroso trabajo de la conciencia, que precede á todo deseo, á toda aspiracion, sobre todo cuando es una aspiracion madura y sensata. Aquí hay muchos principios sin fines.
Me quejo de sequedad de espíritu en la oración, de distraído, de disipar mi ternura en objetos pueriles; ansío volar al trato íntimo con Dios, a la contemplación esencial, y desdeño la oración imaginaria y la meditación racional y discursiva. ¿Cómo sin obtener la pureza, cómo sin ver la luz he de lograr el goce del amor?
Palabra del Dia
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