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Actualizado: 7 de junio de 2025
Escuchólo con sumisión, y después, con voz conmovida, empezó a disculparse. Verdad que había coqueteado un poco con María Huerta, pero juraba que no estaba interesado por ella. Era una cuestión de amor propio. Cuando él se había casado con Irene, esta María había dicho en casa de Osorio que no comprendía cómo Irene aceptaba por marido un chico tan feo y tan insustancial.
Aquellos ocho años vividos al lado de un hombre que ella creía vulgar, bueno de la manera más molesta del mundo, maniático, insustancial; aquellos ocho años de juventud sin amor, sin fuego de pasión alguna, sin más atractivo que tentaciones efímeras, rechazadas al aparecer, creía que no hubiera podido sufrirlos a no pensar que Dios se los había mandado para probar el temple de su alma y tener en qué fundar la predilección con que la miraba.
Era de trato muy amable y cultísimo, de conversación insustancial y amena, capaz de hacer sobre cualquier asunto, por extraño que fuese a su entender oficinesco, una observación paradójica. Había pasado toda su vida al retortero de los hombres políticos, y tenía conocimientos prolijos de la historia contemporánea, que en sus labios componíase de un sin fin de anécdotas personales.
El Marqués sonreía cuando le hablaban de ampliar el sufragio. «¿Y qué? ¿no son casi todos colonos míos? ¿no me regalan sus mejores frutos? ¿los que me dan los bocados más apetitosos me negarán el voto insustancial, flatus vocis?».
De su conversación insustancial cogió al vuelo Jacinta algunas cláusulas, cuando la pareja, en aquel ir y venir de su estancia a otra, pasaba junto a ella. «¿Yo?, no... me lo puedo creer...». «¡Ay, qué cosas se le ocurren!... ¡Pero qué malo es usted...!». «En cuanto vaya allá me voy a convertir al judaísmo». «¡Jesús!...». «¿Que yo tengo novio? ¿De dónde ha sacado eso?...». «Lo apuntaré para que no se me olvide...». «No, si a mí no me gustan los pollos...».
Todo aquello le repugnaba. «¡Aquel marido a quien ella había sacrificado lo mejor de la vida, no sólo era un maníaco, un hombre frío para ella, insustancial, sino que perseguía a las criadas de noche por los pasillos, las sorprendía en su cuarto, les veía las ligas!... ¡Qué asco! No eran celos, ¿cómo habían de ser celos?
Jacobo, aburrido de aquella charla insustancial y mujeriega, estuvo por decir que le parecía mejor la punta de un cuerno, y el tío Frasquito, viendo que no contestaba, se apresuró a añadir: Yo creo que en el Rreal... En la Óperra se hizo la de Parrís, cuando los inundados de Szegedin, y estuvo brillantísima... Perro, francamente, le temo a Diógenes, que se colocarrá allí, de seguro... le temo, le temo; te digo que le temo.
En la clase de que voy hablando, la sencillez es la condicion característica de todos los actos, exentos de los vicios de ciertas aristocracias, y de la vulgaridad, la envidia y la ligereza superficial de ciertas muchedumbres. El calembour maligno, ó indecoroso, ó insustancial cuando ménos, no tiene cabida en la conversacion realmente espiritual y amable de la sociedad á que me refiero.
Su cerebro pueril y la infantilidad de su espíritu hacen que se hallen cohibidas, llenas de cortedad, incapaces de sostener una conversación, ni siquiera de comprenderla cuando los conceptos son un poco sutiles. De ahí que las pobrecitas, a todo cuanto se les dice, respondan maquinalmente con esta insustancial muletilla: «¿Ha visto?» ¡qué cosa! ¿no? ¡Qué cosa! ¿no? ¿ha visto?...»
¿Pero a usted quién le ha dicho?... Palabra de... quiero decir... yo no sé... yo niego.... Es usted un mentecato y un hablador insustancial ¿Cree usted que asuntos tan serios se vienen a tratar al café? ¿Ven ustedes? Lo que yo decía gritó Foja triunfante sin hacer caso de los insultos. Ronzal negó, se obstinó en callar; pero se conocía que le costaba grandes esfuerzos.
Palabra del Dia
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