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Actualizado: 5 de junio de 2025


La mujer, que al principio los acogiera con marcada hostilidad, ante la mirada dulce y serena y las palabras sinceras de Hojeda, se fue poco a poco suavizando. Al fin, cuando éste le recordó con tono afectuoso los deberes que tenía para con sus hijos, aquellas infelices criaturas, sin otro amparo en el mundo que ella, rompió a sollozar.

Fué en lo pasado este Isthmo morada de los Cruseos, y hubo en la parte que se continúa con la Tierra firme Lisimachia, celébre por su fundador Lisímaco, que le dió el nombre, y Sexto, lugar conocido por los amores de dos infelices amantes.

Amaba el mar, y tenía casi á la puerta de su casa un palacio flotante, el yate, cuya fotografía publicaban los periódicos ilustrados para envidia de los infelices: pero apenas emprendía un viaje, tenía que volver llamado por sus negocios. Además, él era un hombre de familia; se aburría en la soledad del océano ó en los puertos ruidosos, haciendo vida de célibe, fumando y leyendo.

Ambos somos infelices por esa ley que hace la tercera atalca irredimible con la reconciliacion; pero afortunadamente ella misma nos ofrece el remedio en un cuarto repudio, á costa de un sacrificio que consentido por el primer esposo pierde su vileza.

Porque era rico, había querido atropellarle, tratándolo como á un siervo de sus lejanas tierras... Todo lo mejor de la vida había sido para él, ¡y aún pretendía apoderarse de las migajas perdidas que tocan á los infelices!... Ignoraba cómo se mata á un hombre en estos combates reglamentados; pero deseaba matar, y sentía la absoluta confianza en mismo que le había empujado allá en las trincheras en los días más crueles de peligro y de éxito.

Una sed eterna, semejante á la de los condenados, martirizaba á aquellos infelices. ¡Qué otro placer al salir de allí, que la paz y la sombra de la taberna, con el vaso delante que daba una alegría momentánea, engañando al hombre con ficticias fuerzas para seguir aquella vida de salamandra!...

Acerqueme a los infelices y los vi de todas clases; unos mutilados, otros entecos, demacrados y andrajosos los más, y todos chillones, desenfadados, resueltos, como si la mendicidad, más que la desgracia, fuese en ellos un oficio y gozasen a falta de rentas, del fuero inalienable y sagrado de pedir al resto del humano linaje.

Un maestro de música formó un coro de primer orden, siendo cosa de oír y todo el Madrid elegante se regocijó de ello cómo cantaban salves y motetes por las tardes las infelices que pasaban trabajando todo el día.

Aresti pasó más de una hora de botica en botica y de café en café, solicitado y arrastrado por muchos que le conocían, llamado allí donde guardaban un herido, esforzándose por curar de primera intención, con los medios que tenía á su alcance, á todos los infelices que en brazos de la muchedumbre iban después hacia el hospital.

«¡Infelices! el odio va á mataros: «Sufris penoso y agitado sueño: «Abandonais el bien para amarraros «En el carro triunfal de vuestro dueño. «Inmenso es vuestro hogar, y en él hay sitio «Para el rico y el pobre y el anciano. «Pueblos, formad una Santa-Alianza «Y presentaos la mano.

Palabra del Dia

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