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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Y a las casas de los ricos... y.... ¡Asús!, ¡fuego, mujer! Y afusil... y afusil... ar.... ¿Afusilar... a quién, mujer, a quién? A... a los prisioneros, y al arzobispo, y a los cur.... ¡Infames! ¡Tigres! ¡Calla, calla, que parece que la sangre se me cuajó toda!... ¿Y quién hizo eso? ¡Pues vaya unas barbaridás que cuentas!

Su faz se enrojeció fuertemente, sus labios temblaron, tapose la cara con las manos y gritó con un sollozo: ¿Quién ha sido; quién? ¿Quién ha puesto así a mi nieto?... Alguno de esos infames que me persiguen... ¡La cabeza me arde!... ¡Quitadlo, quitadlo de aquí! Que yo no lo vea... ¡No, no! ¡no he sido yo!

Después de haber pasado muchos años contemplando todos los días cuadros semejantes al que acabamos de ver; después de haberme familiarizado con los tormentos que pasan los pobres, con sus ideas, y hasta con su lenguaje, he concluido por hallar muchos más desgraciados que infames.

«¡Y había infames, pensó Ana, que querían acabar con aquello! ¡Oh, no, no, yo no!

En el siglo XVII, no obstante tantos castigos, viéronse fijados en las casas mas principales de algunas ciudades i villas unos infames carteles que decian: Viva la ley de Moisés y muera la de Cristo, que lo demás es mentira. Un solo hombre quiso remediar estos desórdenes, reparando al mismo tiempo la falta de poblacion que tenia España ocasionada por las dos espulsiones de judíos i moros.

Las mejores páginas que Balzac, Dumas y Daudet consagraron á la descripción de este pavoroso estado de alma, son muy inferiores al cruel examen que Mirbeau hace del fatalismo trágico, ineluctable, de las pasiones infames. «El abate Julio» es el fracaso del sacerdote obligado, por sus votos, á no tener familia.

Si yo te abandono, ¿qué va á ser de ti en poder de estos cuatro demonios? ¿Cómo he de consentir el crimen espantoso de este encierro, de esta soledad, de este marasmo, de esta tortura lenta que te aplican esas infames? No, Clara: me conoces muy bien en las pocas veces que me has tratado para saber que yo no puedo consentir tal cosa.

Los tres amigos convienen en que hay cierto linaje de histriones infames y malos, como, por ejemplo, los zarabandistas, que con sus lascivos movimientos excitan á la lujuria; pero que la profesión de actores, así trágicos como cómicos, no tiene en nada de despreciable, sino que, al contrario, es útil y necesaria, aunque se pueda reconvenir á los directores porque arrastran consigo á demasiada muchedumbre de actores; cuando con siete ú ocho se podría representar la mejor tragedia ó comedia del mundo, y ellos llevan en sus compañías catorce ó diez y siete.

Llamo causa de Dios a la que en estos momentos representa el rey legítimo y católico en torno del cual se agrupan todos los que se escandalizan de ver perseguida la religión y vejados sus ministros, los que lloran al leer las infames blasfemias proferidas en el Congreso y repetidas diariamente por los periódicos, los que no quieren ver entronizada la impiedad en España, la tierra católica por excelencia, favorecida siempre por Dios con una sola fe y un solo culto.

Y don Pompeyo se colocó delante de la cortina de percal para cortar el paso al obispo-madre. ¿Quién va? ¿quién va? gritó desde dentro Barinaga ronco y jadeante. Son las Paulinas respondió Guimarán. ¡Rayos y truenos! fuera de mi casa.... ¿No tiene usted una escoba, don Pompeyo? Fuego en ellas... infames... ¿y no anda ahí un cura también?...

Palabra del Dia

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