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Si la misión es difícil, no ha de ocultársete que la tentación es temible: ya lo irás viendo; pero si algo divino y fuerte hay en el hombre, es la voluntad. A todo has de sobreponerte, temiendo más la propia indulgencia: que la ajena censura.

Porque si no ha quedado harta de , le he de rogar que me otra audiencia. ¿Será usted tan buena que quiera tener conmigo otro rato de palique?». Todos los que usted quiera replicó la señora de Rubín, encantada con la indulgencia y cortesía de la ilustre dama. Bueno; ya fijaremos cuándo y cómo. ¿Va usted hacia su casa?

Su indulgencia por las debilidades por que ella también había pasado, su buen humor, sus buenos consejos, y su situación de familia y de fortuna, valíanle, a pesar de los recuerdos todavía vivos de su juventud, la simpatía general. Su salón era muy buscado; allí se reunían los hombres más distinguidos en la política, la literatura y las artes.

¡Vamos! joven viejo, un poco de indulgencia para los viejos jóvenes... Siga usted, Frecourt, estoy suspenso de sus labios. ¡Ah! querido amigo; si le divierten á usted las historias de aquel tiempo, las más asombrosas. No, dijo vivamente el barón; sigamos con Juana Baud; el asunto está empezado; acabémosle.

La abuela hizo un movimiento de tan excesivo mal humor, que me quedé ligeramente aturdida. ¿Es necesario hacer un estudio tan profundo para poner en claro ese grave problema?... ¡Qué rara eres, hija mía! Pero, en fin, permites que me ocupe en esto; es todo lo que reclamo de tu indulgencia...

Vd. lo sabe, se lo he dicho mil veces; y Vd., mirándome con su acostumbrada indulgencia, me ha contestado que el hombre no es un ángel y que sólo pretender tanta perfección es orgullo; que debo moderar esos sentimientos y no empeñarme en ahogarlos del todo.

Su genio, su continente, la dulzura de su mirada, la perfecta igualdad de su carácter compuesto de oro maleable y de acero, es decir, indulgencia y verdadera virtud, aquel natural resistente sin dureza, paciente, unido, siempre en el equilibrio de un lago abrigado del viento; aquella amiga tan ingeniosa para hallar recursos de consuelo, aquella boca inagotable en frases exquisitas, todo cambió.

Godfrey sabía todo eso y lo comprendía tanto más cuanto que había tenido el fastidio de ser testigo de los accesos de cólera brusca e implacable de su padre, accesos ante los cuales su irresolución habitual lo privaba de toda simpatía. Pero no criticaba la indulgencia culpable que los precedía; esa indulgencia le parecía bastante natural.

Además, juntamente con el imperioso mandato que la conciencia le imponía, sintió latir en su alma vacilaciones, engendradas por la sorpresa, sospechas pérfidas, pero lógicamente sugeridas por los celos. La que supuso un ángel era mujer, y nada más; no merecía que el corazón de un hombre la ensalzara, ni que él la adorase, aunque su indulgencia de sacerdote tratara de redimirla o disculparla.

Siempre solía usted decir eso cuando estaba en el colegio. Lo era, hablándole con sinceridad contesté abiertamente. Por cierto. Ustedes los hombres nunca tienen indulgencia con una niña, ni le conceden nada.