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Actualizado: 5 de junio de 2025
Lo que semejantes confidencias debieron costarle a una conciencia sombría y por tan largo tiempo cerrada, adivinábalo yo y se lo agradecía con un ademán conmovido al cual sólo respondía él con una inclinación de cabeza.
Tal es la inclinación del lecho del río, inclinación que no es regular y constante, pues en el punto en que nos encontramos, el descenso de las aguas es tan violento que su curso alcanza a veces a diez y seis y diez y ocho millas por hora. He aquí el chorro de Guarinó, el más temido de todos por su impetuosidad.
Si los hombres reflectaran un poco sobre lo que les sucede en la eleccion de estos falsos bienes, no cayeran tan facilmente en los engaños que los precipitan. Para entender esto con mayor facilidad se ha de presuponer, que todos los hombres tienen natural, é innata inclinacion, ó apetito de su felicidad, y de su bien.
Las Amézagas vinieron a despedirse de ella y a darle el último mal rato de la temporada; a seguir a Lucía su inclinación, las recibiría en el saloncito bajo, disculpando a Pilar; pero ésta se empeñó en que subiesen a su aposento, y preciso fue ceder.
¡Ay, señor! dijo la tal Rufina , comience vuesa merced, que será mucho de ver; que yo cuando niña estuve en la Corte con una dama que se fué tras de un caballero del hábito de Calatrava que vino a hacer aquí unas pruebas, y después me volvieron mis padres a Sevilla, y quedé con grande inclinación a esa calle, y me holgaría de volverla a ver, aunque sea en este espejo.
Su habilidad en excitar la atención y de estrechar más y más el enredo de la fábula, es, sin duda, maravillosa; pero su inclinación á lo raro y extraordinario le hace inventar á veces enredos, que sólo pueden desatarse destrozando la acción principal.
La cena había de ser espléndida, y como el fondín de la Tejuca era pobre y se prestaba mal al esplendor, y aun al regalo, se discurrió llevar de Río algunos platos fiambres, el champagne y otros buenos vinos, y a un hábil mozo de comedor que lo ordenase y dirigiese todo. Nadie más apropósito para esto que un esclavo negro de Arturo Machado, que fue el elegido. Según costumbre brasileña o por rara inclinación que allí había, los negros, cuando se bautizaban, sobre todo si se bautizaban adultos, y no eran criollos sino traídos de África, solían tomar nombres pomposos de héroes, emperadores y príncipes de la clásica antigüedad greco-latina. No ha de extrañarse, pues, que el maestresala que había de ir a la Tejuca se llamase Octaviano. Era alto y fornido, y, aunque tenía ya más de cincuenta años, parecía joven. Procedía este negro de un territorio del interior del África, cercano aunque independiente de las posesiones portuguesas. Y la gente afirmaba que en su país no era un cualquiera. Hasta que le cautivaron y le trajeron al Brasil, siendo él de edad de dieciséis años, se había criado con mucho mimo y cercado de profundo respeto, pues era hijo nada menos que del rey de los Bundas. Sobre esta particularidad el lector podrá creer lo que quiera. Yo refiero lo que se decía sin detenerme en averiguaciones. Sólo añadiré que el aire majestuoso y digno de Octaviano inducía a cuantos le miraban a no tener por fabulosa su regia estirpe. Resignado estoicamente a su ineluctable servidumbre, aprendió pronto cuanto le enseñaron, porque tenía mucho despejo. Y como era tan hábil y bien mandado, el látigo o chicote jamás hirió sus espaldas. Ni era conveniente para él tan rudo y degradante castigo. Si incurría en falta, la menor reprensión bastaba.
La lucha entre su voluntad razonable y su inclinación había durado bastante. Al fin, la voluntad sometida llevó, aunque tarde, a la tertulia de los poyetes a toda la persona de don Paco. La picara casualidad hizo que al bajar don Paco subiese Juanita, según hemos dicho. Era ya de noche. El cielo estaba despejado, pero sin luna.
No se forman sylogismos para esto, porque basta nuestra inclinacion poderosa ácia lo que concebimos como bien; pero si quisiéramos exâminarlo un poco, facil sería reducir á sylogismos las razones que nos mueven. Si mi enemigo se engrandece, tiene mayores fuerzas que yo; si tiene mayores fuerzas, me ha de vencer: luego mi enemigo me ha de vencer.
Y girando pausadamente los talones, con paso firme, alta y derecha la cabeza, a pesar de la extraordinaria inclinación de la pendiente, el Rey de Bastos descendió el sendero de la roca. Hullin, Marcos Divès y también Hexe-Baizel prorrumpieron en una sonora carcajada. Está completamente loco dijo Hexe-Baizel.
Palabra del Dia
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