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Actualizado: 18 de junio de 2025


Cuando volvimos a la sala, Amaranta me dijo: Desde que doña María y la marquesa decidieron que no viniera Inés, parece que falta algo en esta tertulia. Aquí no hacen falta niñas, y menos la condesa de Rumblar, que con sus remilgos impedía toda diversión. Nadie se había de acercar a la niña, ni hablar con la niña, ni bailar con la niña, ni dar un dulce a la niña.

Excusado es que diga que el corazón me saltaba en el pecho, y que hacía esfuerzos visuales inconcebibles por averiguar cuál de aquellos fantasmas era mi adorada Gloria. La misma ansia y empeño que ponía en reconocerla me lo impedía.

Si el joven amaba a la nihilista, sus relaciones con la Condesa no eran por eso un obstáculo que lo impulsara a matar a ésta. ¿Podía ese rebelde, para quien la ley coercitiva no tenía valor, sentirse atado por un escrúpulo enteramente moral? ¿Y no había, en realidad, dejado otras veces a su querida por correr en busca de nuevos placeres? ¿Qué le impedía hacer otro tanto, con mayor libertad que la primera vez?

Al fin, sacándolo a pulso y gozándome en la turbación que impedía a la infeliz ser más explícita conmigo, supe todo lo que necesitaba saber, y otro poco que se me otorgó en premio del trabajo que me costó adquirirlo.

La adoración que sentía por Raimundo, inculcada por su difunta madre, no le impedía conocer las partes flacas de su carácter, débil, impresionable con exceso y pueril. Realmente en este aspecto ella representaba el elemento masculino y él el femenino dentro de la casa. Lloraba él con extremada facilidad; ella difícilmente.

Raquel, mientras tanto, había ido a hincarse, descorazonada, cerca del altar. Adriana tenía prisa de concluir cuanto antes. Generalmente, cuando iba a confesarse, la dominaba una impresión de misterio, y cierto receloso pudor le impedía referir nada relacionado con los secretos íntimos de su conciencia o con los pecados que más la inquietaban.

Aceptada esta fineza, Maxi se personó en casa de Quevedo desde las nueve, hora en que la señora aquella se hallaba en la plenitud de sus funciones, limpiando jaulas, revisando nidos, examinando huevos, y sosteniendo con este y el otro volátil pláticas muy cariñosas. Su obesidad no le impedía ser ágil y diligentísima en aquella faena.

La niña hizo una señal afirmativa: la emoción la impedía hablar. Miguel estrechó con fuerza sus manos y las llevó al corazón. D. Valentín contemplaba atónito aquella escena. Julita, desde la puerta, exclamó sentenciosamente llevándose un dedo a la frente: ¡Y luego dirá mamá que aquí no hay más que viento! Aquella misma noche volvieron D. Valentín y su sobrina a Pasajes.

Además la impedía que llenase sus deberes respecto de su marido habitando con él y donde á él le conviniera. Y Roussel citaba el código. En suma, si Mauricio quería, había allí materia para un gran proceso, y tomando un ilustre abogado, se podía poner á Clementina en una posición muy desagradable. Llegaron así al almuerzo, que les reunió otra vez en el comedor, tristes y sin apetito.

Hechas las presentaciones del caso, el Tesorero abrió la pesada puerta de madera, y apareció otra, moderna, semejante a la de una caja fuerte. La abrió a su vez, y en seguida una fuerte reja, que todavía impedía el paso. Pero ni ese aparato de seguridad haría sospechar la riqueza que en aquel aposento se guardaba.

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