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No hizo poco sin embargo, pues ademas de lo indicado, para que no se gravase la Fábrica y continuase la obra, ofreció dar cada año seis mil maravedís para los cantores que hasta entonces se habian pagado de los fondos de aquella; adelantó ademas la construccion del muro del coro, demoliendo la capilla del obispo D. Fernando de Mesa que la impedia, y fabricó en el mismo muro por la parte de afuera un gran mausoleo de alabastro con cinco nichos para los cuerpos de los cinco obispos enterrados en dicha capilla.

Unas rebotaban con silbidos extraños, y a veces pasaban como bandadas de pichones. No impedía aquello a los montañeses continuar el fuego; pero hubo necesidad de pararlo, porque toda la ladera se hallaba envuelta en un humo azulado que impedía ver.

La jarana con que en el hogar se celebraban los chistes del señor Pepe impedía que nadie atendiese al silabeo de la vieja. Merced a la situación de la escalera, dominaba Julián la mesa, trípode y ara del temeroso rito, y sin ser visto podía ver y entreoír algo.

Kotelnikov tuvo palpitaciones, guardó cama durante dos días y muchas veces empezó a escribirle a su madre: «Querida mamá» escribía y su debilidad le impedía siempre terminar la carta. A los tres días, cuando llegó a la oficina, le dijeron que su excelencia el director quería verle. Se arregló con un cepillo el pelo y el bigote, y, lleno de terror, entró en el gabinete de su excelencia.

Enviaron a mi padre al Instituto, en donde estudió dos años, y, consecutivamente, obtuvo dos tandas de suspensos en las mismas asignaturas. Uno de les profesores escribió al conde que a mi padre el exceso de imaginación le impedía concentrarse y estudiar con disciplina y provecho. Mi padre no ha olvidado aquel fracaso; ahora, que él lo explica a su modo, y se queda tan satisfecho.

Carnicero dejó de atender a aquel fragor lejano y empujó la pared, queriendo vencer el obstáculo que, según él, le impedía llegar a su cómodo asiento. Digo que necesito llegar a mi sillón repitió . ¿Quién eres ? Alzó los alucinados ojos el anciano y vio lo que en la mitad de la pared había.

El Conde, en su arte, no era menos que Zadig, y daba por seguro que él sabría decir quiénes eran las dos desconocidas por el mero hecho de haberlas visto un instante; pero no quería reflexionar, no quería interrogarse sobre este punto. Otra vanidad mayor que la vanidad de ser tan experto se lo impedía.

Hasta se le impedía ir a la barbería, por temor de que se gastase los dos reales. Venía el barbero a afeitarle los sábados. Por cierto que, con poca o ninguna consideración, el rapador de barbas llegaba algunas veces a las nueve de la mañana, cuando don Jaime estaba durmiendo. ¿Qué hago? preguntaba a doña Brígida. Aféitele usted contestaba la severísima señora.

Una fuerte guardia impedía que los curiosos subiesen hasta la vivienda del gigante, donde se estaban realizando grandes trabajos para su cómoda instalación.

Uno de esos sueños se repetía frecuentemente: estaba en su presencia, sentía el corazón palpitarle, las manos le temblaban, y no podía pronunciar una palabra, y ella, después de haber esperado en vano sus palabras, se alejaba, se desvanecía, dejándole inmóvil, petrificado. Esa angustiosa incapacidad para todo, lo dominaba aun despierto, le impedía correr a buscarla.