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Actualizado: 16 de junio de 2025
«¿Hay aquí algún torrente? preguntó a Miquis. Sí, torrente hay... de vanidad. ¡Ah! ¡Coches!... Sí, coches... Mucho lujo, mucho tren... Esto es una gloria arrastrada». Isidora no volvía de su asombro. Era el momento en que la aglomeración de carruajes llegaba a su mayor grado, y se retardaba la fila. La obstrucción del paseo impacientaba a los cocheros, dando algún descanso a los caballos.
Las miradas terribles de Pepe Vera la fascinaban, como fascinan al ave las de la serpiente. ¿Por qué no ha de decirse la verdad? continuó Pepe Vera sin alterarse ¿Por qué no habéis de confesar que no os halláis en estado de cantar? ¿Es pecado por ventura? ¿Sois esclava, para que os arrastren a hacer lo que no podéis? Entre tanto, el público se impacientaba. El director no sabía qué hacer.
Sucedíame siempre una misma cosa cada vez que me paseaba en el campo. La idea del viaje, siempre compañera de mi memoria, era constantemente el tema seguro de mi conversacion: mirando siempre delante de mí, me impacientaba contra el horizonte que cerraba el paso á mi vista.
¡Qué bien está! decía Lilí. Pasó media hora; Lilí se impacientaba y estiraba las piernas. No viene decía. ¡Calla, tonta!... Sonó un ruido; Lilí dio un codazo a su hermano; susurróle al oído: ¡Ya viene! Y se encogió mucho, mucho... Y venía, en efecto; pero no venía sola... Venía con ella el tío Jacobo, hablando de cosas que ellos no entendían, ¡qué fastidio!
Aquel ingenierillo no tenía otros medios de vida que los que él le diese: ni riqueza, ni poder, y sin embargo, era posible que por sus pocos años, por su cara de madamita con bigote, no le ocurriera lo que á él con todos sus millones. ¡Cristo! ¿Para qué servía, pues, el dinero? Aresti se impacientaba. Bueno, hombre: deja en paz á ese chico, y si no quieres verle en seguida, que aguarde.
Don Bernardino guardó silencio. Pasó así algún tiempo. Mari Díaz seguía arrojando sobre Juan Montiño mirada tras de mirada, sonrisa tras de sonrisa, á vuelta de algunas frases de elogio á la Dorotea. Juan Montiño contestaba con otra frase, pero era tan económico y tan liso en sus contestaciones, que Mari Díaz se impacientaba.
Podía volver su padre, Basilio presentarse; ella encontraría un talego de oro en la huerta, los tulisanes le enviarían el talego, el cura, el P. Camorra que siempre la embromaba, podía venir con los tulisanes... sus ideas fueron cada vez más confusas y más desordenadas hasta que por fin rendida por la fatiga y el dolor se durmió soñando en su infancia en el fondo del bosque: ella se bañaba en el torrente en compañía de sus dos hermanos, había pececillos de todos colores que se dejaban coger como bobos y ella se impacientaba porque no encontraba gusto en coger unos pececillos tan tontos: Basilio estaba debajo del agua, pero Basilio sin saber ella el porqué, tenía la cara de su hermano Tanò.
Vamos a ver esa corbata dijo la complaciente tía, y acabemos de una vez, que tu padre espera. Y mientras anudaba los lazos a su gusto, con tal esmero que ponía en ello sus cinco sentidos, el joven, con la cabeza echada atrás para facilitar la operación, se impacientaba porque aquello concluía nunca. Al fin estuvo listo, se miró y se remiró; ahora el chaleco, luego, el frac...
Y sus feligreses, indignados antes, se conmovían con sus lágrimas y lloraban también. Y Maravillas que oía estos rumores desde afuera, pensaba que eran rezos de los «fanáticos», y se reía de ellos a la vez que se impacientaba por lo que la gente tardaba en salir de la iglesia.
Fermín, hijo mío... has hecho bien. No había otro remedio que la venganza. Tú eres el mejor de la familia. Mejor que yo, que no he sabido guardar a una moza. La entrada en Matanzuela fue trágica: Rafael quedó absorto de sorpresa. Habían matado a su señorito, ¡y era él, Fermín, quien lo había hecho! Montenegro se impacientaba. Quería que lo condujese a Gibraltar, sin ser visto de nadie.
Palabra del Dia
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