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Actualizado: 19 de julio de 2025


Hierba le hicieron comer, como a buey, y su cuerpo fue bañado con el rocío del cielo, hasta que conoció que el Altísimo Dios se enseñorea del reino de los hombres, y que pondrá sobre él al que quisiere. 22 Y , su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto;

Y así, mientras la Europa riñe feroz contienda, y España es madre que no olvida a su hija ausente, también como guerrero de acero no humillado que alegra la vejez mirando en el pasado...

¿Serás, además, constante y bondadoso amigo mío, sin guardarme rencor y pagándome como debes la amistad pura que yo te profeso y la estimación con que te miro? Seré tu mejor amigo, como lo mereces. Juanita, entonces, se levantó de un brinco, dejando libre a don Andrés, que se levantó también, algo maltrecho, mohíno y humillado por la derrota.

Menester era resignarse y callar. ¿Quién, desde la India, por poco sigiloso y por muy jactancioso que fuese, había de tener el capricho de hacer saber en Viena que Poldy, la orgullosa, la siempre esquiva, con condes, con príncipes y hasta con archiduques, se había humillado a escribirle cosas de amor, sin saber quien era e ignorando hasta su nombre?

Ha parecido usted siempre más humillado que asombrado por lo ocurrido y, de pronto, toma usted una actitud diferente... Ya lo oyes, María, no es el mismo; ha cambiado por completo. ¡Oh! ¡Dios mío! ¿Será que ha tenido usted alguna buena noticia? ¿Acaso, después de haber desesperado, podríamos...?

Humillado Portugal, vencido en Africa por los marroquíes, muerta allí la flor de su heroica nobleza y de sus valientes soldados, poco podía resistir a la ambición de un monarca que, para hacer valer su derecho hereditario, era señor de vastísimos reinos y provincias y estaba al frente de la nación española, preponderante entonces en Europa.

Y, sin embargo, sentíase humillado, adivinando que la verdadera rivalidad entre ellos no era zapateril, sino de otro orden más íntimo y personal, y que en aquella larvada e inevitable rivalidad acaso Belarmino saliese vencedor. Fué el jueves Santo, por la noche. Habíamos cenado en la habitación de don Guillen.

Cuando me vió seguir su cuerdo consejo y empezar á subir la cuesta, lanzó dos ó tres gruñidos de satisfacción, me acompañó con la mirada durante algún tiempo y después se marchó tranquilamente, contenta por haber hecho una buena obra. Confieso que estaba yo menos contento y hasta profundamente humillado.

La joya era de muy buen gusto, y debía parecer muy bien en el bonito cuello de la muchacha. Además necesitaba dejar bien puesta mi vanidad. Aquella inesperada devolución la había humillado. Amparo me trataba por decirlo así, de potencia a potencia. Yo no podía conservar aquel dinero. Mi vanidad quedaba a cubierto, regalándola la cruz. Sólo con este objeto la había convidado a almorzar conmigo.

Entré en mi casa menos contristado por la impresión de las secretas llagas que había tenido ocasión de ver, que humillado de mismo, por mi impotencia para llegar a nada práctico. Hallé a Oliverio esperándome; estaba cansado y aburrido. Vengo de casa de Agustín le dije.

Palabra del Dia

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