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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Mientras iba la infeliz pareja camino del Hospital, Doña Paca y su séquito, en dirección distinta, se aproximaban a su nueva casa, calle de Orellana: un tercero limpio, con los papeles y estucos nuevecitos, buenas luces, ventilación, cocina excelente, y precio acomodado a las circunstancias.
Pero Aresti conocía de larga fecha estos recibimientos; el furor que acometía á todos por estar enfermos apenas le veían, sin ocurrírseles bajar al hospital más que en casos de extrema gravedad. Y seguía adelante sonriendo á unas, contestando á otras alegremente, precedido por el pinche zamorano que volvía la cara como si temiese verle secuestrado por el grupo de comadres.
El refectorio, las cocinas y las despensas del Hospital admiran por el órden con que todas las operaciones están arregladas para consultar la higiene, comodidad y economía del establecimiento. Las cocinas sobre todo, servidas apénas por unos pocos brazos perfectamente, brillan por el esmalte de sus hornillas y su menaje, con limpieza incomparable.
De los informes que Cordero buscaba, nada podía darle Genara, porque nada había sabido después de la salida de su esposo enfermo y demente del hospital militar de Pamplona. La señora no pensaba más que en huir, huir de aquel azote de Dios que había empezado hiriendo a los pobres y pronto descargaría sobre los ricos. Ya había casos, sí, ya había casos de gente acomodada.
En sus curatos dio los mayores ejemplos de celo y piedad; su virtud y literatura hiciéronle digno de la Abadía de San Victorian en 1612, con cuyo carácter fue diputado del Reino de Aragón en 1620, y luego fue elegido Obispo de Barbastro y tomó posesión en 19 de Noviembre de 1622, en que fue trasladado a la Silla de Teruel, habiendo renunciado antes los Obispados de Orihuela, Lérida y Mallorca: en 18 de Agosto de 1635 y después de gobernar su Obispado por espacio de diez años, fue promovido a la Metropolitana de Zaragoza de la que tomó posesión en 1.º de Marzo de 1635: en todos los Obispados manifestó el caudal de su doctrina, su celo en la reforma de costumbres, e hizo brillar su paciencia en algunas persecuciones que padeció; su humildad se insinuaba en su trato que se llevaba tras de sí el respeto y la admiración de las gentes; en sus frecuentes visitas diocesanas dejó decretos muy edificantes y empleó sus rentas en el socorro de los pobres; cincuenta de estos asistieron en Teruel a su mesa el día y octava de su cumple-años el primer año de su Obispado en la misma ciudad: dejó fundaciones piadosas en la Iglesia de su patria; renovó la capilla de N.ª S.ª de la Blanca en la Metropolitana del Salvador de Zaragoza; dotó las cátedras de Filosofía y Teología en su Universidad; dio a conocer su literatura en los dos tomos que escribió con el título de Mensa Eucharistica paraneticis excursionibus illustrata, y en otras diferentes obras y sermones que se hallan impresos: su oratoria sagrada es digna de compararse con la de los Santos Padres de la Iglesia y sus sermones eran tan frecuentes que en ocasión de haber enfermado de gravedad en Teruel el orador cuaresmero, predicó él en días alternados, llamando tanto la atención que la Catedral el día de sermon llenábase de oyentes de la población y de fuera, que se disputaban la entrada por colocarse donde poder oírle mejor: otra vez en la Iglesia del Hospital de Zaragoza faltó también el orador de cuaresma a consecuencia de haber tenido que salir de la ciudad por muerte de su madre y una hermana; con este motivo el ilustrado paisano y Obispo de que hablamos, predicó todos los días con el mayor fruto, siendo la admiración de todos los zaragozanos, quienes le regalaron un precioso terno: también los teruelanos le hicieron regalo de un anillo de muchísimo valor, pero él pidió permiso para venderlo y su producto fue repartido entre los mendigos, quienes le dieron el honroso dictado de El Obispo de los pobres.
La Escuela Nacional se llamó: Escuela Pancracio de la Vega; el hospital: Hospital Pancracio de la Vega; el teatro, un teatrillo en proyecto, nunca concluido y frecuentemente visitado por volatines y comicotes, Gran Teatro Vega, y así lo demás.
Por desgracia de la sociedad, siempre encuentran tontos que les presten, cándidos que les fíen y malvados que los ayuden. Observe usted que nunca mueren en un hospital. Su mendicidad no tiene harapos; pero piden, y a veces toman sin pedir.
¡Bueno está!, pero, aunque sea mi madre, no por eso ha de tener en casa al primero que se presenta. No; sino dejarle morir a la puerta, como si fuera un perro dijo la anciana . ¿No es eso? Pero madre repuso Manuel , ¿es mi casa algún hospital? No; pero es la casa de un cristiano; y si hubieras estado aquí, hubieras hecho lo mismo que yo.
Finalmente murió en el hospital, resignado con su suerte, convencido de que la existencia nada vale sin manzanilla y sin toros, y su última mirada de amor y de agradecimiento fue para su mujer, como si le gritase con los ojos: «¡Olé! ¡la primera hembra del mundo!...»
Al vagar toda la noche en el alma desconocida e inquietadora de la ciudad, evoqué, dolorido, sus manos marfileñas y monjiles, sus manos celestes e impuras, divinamente tristes y cruzadas en el fondo de uno de esos pardos y siniestros ataúdes de hospital que conservan hedores de otros cadáveres, y pensé, estremeciéndome hasta los huesos, que en aquella primera noche de la tierra ya el gusano conquistador surgiría de la podre de aquellas manos muertas, que besé tantas veces y por las que había sentido una rara pasión inmaterial.
Palabra del Dia
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