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Actualizado: 16 de junio de 2025


Eran las familias de los chicos del Hospicio. Las madres venían de los barrios más extremos de Madrid: lavanderas, traperas, viudas de trabajadores, mendigas, todo el mujerío abandonado y mísero, que procrea por distraer el hambre. Se trataban como amigas al verse allí todas las semanas.

Mi tío, en un hospicio, idiota, sin habla y sin razón. Don Benito casado al fin, con una señora rica y de edad proporcionada a la suya. ¡Qué diablo! A también me dio por casarme y me acordé de mi idilio de veinte años.

Los jueves y los domingos, a la caída de la tarde, se estacionaban en la acera del Tribunal de Cuentas, frente a la portada churrigueresca del Hospicio, grupos de mujeres pobres con niños de pecho, viejos obreros, y una nube de muchachos, que entretenían la espera plantándose en medio del arroyo para «torear» a los tranvías, esperándolos hasta el último momento: el preciso para huir y no ser aplastados.

A unas cien varas del estanque grande se alza el famoso hospicio donde un gobierno atento a las necesidades morales de sus contribuyentes ha colocado media docena de bestias feroces y veinte o treinta micos, con el objeto de recrear y al propio tiempo vigorizar a la guarnición de Madrid.

Maltrana comenzó a estudiar el bachillerato sin salir del Hospicio. Cada curso fue un motivo de entusiasmo para su protectora y su madre. Premios, matrículas honoríficas, palabras de satisfacción del director, ufano de que el establecimiento incubase tal prodigio. Se bebe los libros decía la Isidra . Yo no de dónde he sacado a este fenómeno. El señor José sólo le veía de tarde en tarde.

Sin saber por qué, recordó uno de sus juegos en el Hospicio. Los muchachos cogían una mosca, la arrancaban las alas y empujábanla después, pretendiendo que volase. ¡Ay! El era como aquella mosca. Le habían arrancado las alas; le habían arrebatado las armas naturales para la lucha por la vida.

Quedaron convenidos para el día siguiente en hacerse cargo de la criatura, pero tan pronto hubo salido M. Trouchin, su amigo Rousseau, embozado en un capote de paño oscuro, se aproximó al lecho de la recién parida, y a pesar de sus lágrimas, cogió él mismo a su hijo y se lo llevó al Hospicio, perdiéndolo para siempre, pues ni siquiera le puso al entregarlo marca de reconocimiento.

Su hijo dormía en la cuna el sueño dulce y sereno de los ángeles. La infeliz cayó de rodillas y sollozó largo rato. Levantó la cabeza al fin, y dijo sordamente contemplando al niño: ¡No, no irás al hospicio! Varias comadres, y hasta alguna señora también, se lo habían aconsejado.

Hallaron en él, no mesón en que albergarse, sino todas las casas del lugar con agradable hospicio los convidaban; viendo lo cual, Antonio dijo: Yo no quién dice mal desta gente, que todos me parecen unos santos. Con palmas dijo Periandro recibieron al Señor en Jerusalén los mismos que de allí a pocos días le pusieron en una cruz.

»El viaje es sumamente cómodo..... Aquí tenéis El Indicador..... Se sale de Madrid á las nueve y media de la noche, y se llega allá á las nueve y media de la mañana. El billete, en 1.ª clase, cuesta siete duros, que, con siete de volver, son catorce. Supongo que habrá allí hoteles, ó sea fondas; pero, si no los hay, habrá casas de huéspedes, y si no, posadas, y si no, hospicio.

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