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Actualizado: 16 de julio de 2025
Los hospitales están tan bien regularmente comprendidos en el Brasil: en la capital existe uno bastante bueno, y se halla situado en un edificio de mas categoría é importancia que el palacio del emperador: es el único edificio un poco monumental que hay en todo el Brasil; se llama Hospicio de Pedro II.
¡Dios mío, del hospicio!... Era horrible pensarlo. ¡Y ella que adoraba á aquellos padres!... ¡Y ella que era tan orgullosa!... ¿Qué diría Nolo cuando llegase á saberlo? Por supuesto la dejaría, porque un mozo tan galán y tan rico no podía en ley de Dios casarse con una pobrecita hospiciana... Aquí los sollozos ahogaron á la cándida doncella.
Las monjas le apreciaban por «modosito y discreto», obsequiándole con golosinas. Cuando algún personaje visitaba el establecimiento, Maltrana salía de filas para ser presentado como el mejor producto de la institución. Así transcurrieron los años, amoldándose Isidro de tal modo a su nueva existencia, que sólo en los días de paseo se acordaba de que tenía una familia fuera del Hospicio.
Entonces, inflamado su hermoso rostro por el calor que da la convicción y beatificado por aquella unión mística, iluminaba la beatificación, más que los cirios que los pobres niños del hospicio sostenían en sus tiernas manecitas mientras permanecían arrodillados en torno del lecho.
Y Apolonio, con talante trágico y miserable, como un hombre predilecto de las divinidades funestas, se dirige hacia el grupo que componen el señor Colignon con los viejos casi desencarnados en torno suyo. Visten los viejos todos lo mismo: trajes de sayal, color franciscano, de paño casero, tejido en los telares, a brazo, del Hospicio provincial por los nacidos anónimos para los muertos anónimos.
Pensaba en ella con agradecimiento, pero decíase que hubiera sido mejor no conocerla nunca, no haber abierto un libro, pasar del Hospicio al aprendizaje. Ahora sería oficial de albañil; su Feli le llevaría la cesta a la obra, como la llevaba su madre; comerían en una acera, en un paseo, sin otra aspiración que la alegría de satisfacer las necesidades del cuerpo.
Y ella no los dejaba ni por el mismo general Serrano que la pretendiese. Muchos le decían cosas; pero si se tratase de boda, ¡quién los vería echando a sus niños al Hospicio! ¡Ángeles de Dios! Y pensar que ella se metiese en malos tratos, era excusado: así es que nada, nada; la Virgen es mejor compañera que los hombrones.
Oye, oye: yo he visto crecer una mujer, crecer desde la cuna; la arrebaté de los brazos de su infame padre. ¡Mi padre! exclamó Dorotea. El padre de aquella niña era un monstruo: la llevaba consigo para abandonarla; aquella niña sin mí hubiera ido al hospicio... ¡Ah!
Obispos Don Francisco Rodriguez Chico, y D. Roque Martín Merino, trataron ya de fundar un hospicio de Misericordia, no pudiendo, sin embargo, llevar a cabo sus buenos deseos. Igual pensamiento y con los mismos resultados tuvieron con respecto a una casa de expósitos; pero el Ilmo. Sr.
Ella gestionó la admisión del pequeño en el Hospicio, pensando que con esto su madre podría dedicarse con más desembarazo a las faenas. El muchacho, aunque feo, por su charla precoz gustaba mucho a aquella señora sin hijos. Más adelante ya vería de hacer algo por él.
Palabra del Dia
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