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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Vuelta al conocimiento, acostáronla sobre uno de los colchones del hospicio; en esta posición, la trasladaron a su casa en brazos de cuatro mujeres pobres, de aquellas incurables que ella había, en otro tiempo, auxiliado con alimentos, ropas y medicinas, y curado las llagas con sus propias manos.
Vamos, ten discreción... No digo yo tampoco que se le eche a la calle; pero en el Hospicio, bien recomendado, no lo pasaría mal. ¡En el Hospicio! exclamó Jacinta con la cara muy encendida , ¡para que me le manden a los entierros... y le den de comer aquellas bazofias...! ¿Pero tú qué crees? Eres una criatura. ¿De dónde sacas que así se toman niños ajenos? Chica, chica, estás en pleno romanticismo.
Vamos, niño, dí, ¿por qué os pegasteis? repitió Demetria sacudiéndole por el brazo con impaciencia. Pepín vaciló todavía algunos instantes: al cabo profirió titubeando: Porque... porque... porque dijo que tú no eras mi hermana... que tú eras del hospicio. Toda la sangre de Demetria fluyó al corazón: quedó pálida como un cirio. No pudo articular palabra.
Y toda la avalancha retrocedía, empujando de nuevo a los transeúntes, ganosa de salir al encuentro de los que llegaban por la parte opuesta. Era un deseo vehemente de encontrarles lo más lejos posible del Hospicio, de ganar algunos segundos, de prolongar la rápida entrevista, en la que habían pensado días enteros.
Pero los socorros disminuyeron así como se fue borrando el recuerdo de la desgracia, y la madre tuvo que buscar trabajo en casas extrañas, servir como asistenta, y volver de noche a su tugurio con sobras de comida en la cesta, que servían para alimentar al pequeño. Entonces fue cuando Maltrana entró en el Hospicio. Una señora en cuya casa trabajaba la madre se apiadó del huérfano del albañil.
Las palabras hospital, hospicio, casa de empeños y de refugio, son completamente desconocidas en su vocabulario; es más, Ambrosio no llegará jamás á comprender su significación; ignora lo que son las interminables noches del invierno sin abrigo y sin luz, y no sabe lo horrible de la palabra ¡pan! pronunciada por un hijo hambriento y aterido.
Viedma siguió administrando su nuevo departamento, y murió en Cochabamba en 1809, dejando sus bienes á una casa de hospicio para la educacion de niños pobres, y fundando otra de huérfanas. Estos fueron sus servicios, toca á los Americanos á venerar su memoria.
Y se ha dispuesto, por quien debe hacerlo, que el entierro sea de primera, coche de lujo con seis caballos; irán los niños del Hospicio... Usted dirá que esta ostentación no viene al caso. No, yo no digo nada. No tendría nada de particular que lo dijera, porque a primera vista es absurdo.
Yo le pasaré un tanto al mes a mi hermana para que el huésped no sea una carga pesada... Me parece muy bien pensado; pero muy bien pensado. Estás como las gatas paridas, escondiendo las crías hoy aquí, mañana allá. ¿Y qué remedio hay?... Porque lo que es al Hospicio no va. Eso que no lo piensen... ¡Qué cosas se le ocurren a mi marido!
En lastimoso estado iban los dos: Benina descalza, desgarrada y sucia la negra ropa; el moro envejecido, la cara verde y macilenta; uno y otro revelando en sus demacrados rostros el hambre que habían padecido, la opresión y tristeza del forzado encierro en lo que más parece mazmorra que hospicio.
Palabra del Dia
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