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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Se contaba que había entregado ya a la Amparo sumas enormes o las había puesto a su nombre en el Banco; que se enfurecía por livianos motivos y gritaba y gesticulaba como un demente, llegando sus arrebatos hasta maltratar de obra a los criados o dependientes; que comía vorazmente y sin medida, y que decía de su hija horrores inconcebibles, imposibles de repetir entre personas decentes.
Ya sabe usted, doctor, que usted es el único burgués que yo saludo. Era el Barbas, el terrible solitario de Labarga, que pasaba sus horas de vagancia encogido en el suelo, inmóvil, como un profeta de horrores, escupiendo amenazas é insultos sobre los ricos del país. Hacía tiempo que habían demolido su barraca, después de socavar el suelo.
Con sistemática tenacidad se puso a contrariar las expansiones de su naturaleza, dio comienzo al lento suicidio que primero había operado su maestro y antes todos los místicos del mundo. Penetró en el pensamiento de aquél, participó del ideal sombrío de su vida, de su furor de penitencias, de su desprecio de los placeres, de los horrores y también de la ciencia del mundo.
La primera revolución francesa, con tantos horrores y tanta sangre y dando por último resultado á un déspota que sin propósito fijo, civilizador y humano, mantiene durante años la confusión y la guerra en Europa; la propensión del pensamiento filosófico hacia el pesimismo y hacia el más grosero ateísmo y la aparición ó la mayor difusión y el más hondo arraigo de espantosas doctrinas que, no sólo tiran á subvertir el organismo social, sino á arrancar de cuajo los fundamentos en que el orden actual se sostiene, han apocado acaso, con la repugnancia y el terror que inspiran, el espíritu religioso de muchos individuos é instituciones, y entre éstas la de los jesuítas sin duda.
Yo no quiero ponerlo en duda; pero no extrañe usted que me cueste trabajo creerlo, porque ¡me han contado tales horrores de la aldea!... Ya se conoce que usted no ha vivido en el campo. ¡Yo vivir en el campo! La idea solamente me hace temblar. Pues crea usted, señora, que no hay motivos para ello. ¡No diga usted que no, por Dios!
En cuanto a mí, con admirar tanto como admiré la atrocidad heroica de Pito Salces, y con sentir tan hondamente como sentí el percance tremendo del pobre Chisco, aún me resultaba poco todo ello en comparación del cuadro de horrores que yo había estado forjándome en la cabeza durante el día y una buena parte de la noche.
El pobre ser debatíase entre los brazos de los suyos con los horrores de la asfixia, tendiendo sus brazos hacia adelante. Un velo parecía flotar ante sus ojos, empequeñeciendo las pupilas. Su respiración tenía el burbujeo del hervor, como si en su garganta tropezase el aire con el obstáculo de extrañas materias.
Los dioses del Olimpo no pudieron salvarla del furor de César: el Profeta la ha visto morir sin tenderle una mano desde su sepulcro: Cristo la ha entregado al hambre y á la peste cuando no la ha envuelto en los horrores de la guerra. Su destino ha sido el mismo bajo todas las religiones; y ella sin embargo ha sido bajo todas creyente.
Los espantosos refinamientos de la crueldad cristiana provinieron de esa escuela o ambiente espiritual de iniquidades y horrores sobrenaturales, pendientes sobre la existencia del creyente como la espada de Dionisio sobre la cabeza de Damocles.
Una simple maniobra había derrotado al valiente Quiroga, y tantos horrores, tantas lágrimas derramadas para formar aquel ejército, habían terminado en dar a Facundo una temporada de jugarretas y algunos miles de prisioneros inútiles a Paz. Ricardo. Un cheval! Vite un cheval... Mon royaume pour un cheval!
Palabra del Dia
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