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El doctor me lo ha escrito esta mañana. Soy muy desgraciado, Honorina, y debería usted tener piedad de . ¡Ah! ¡es usted desgraciado! ¡y la duquesa también es muy desgraciada! ¡Y la vieja Villanera debe de llorar lágrimas negras sobre sus mejillas bronceadas!

La habitación estaba llena de objetos de toda clase, de baúles abiertos y cerrados y aun de muebles derribados. El duque atravesó por todos aquellos obstáculos con precauciones infinitas. Marchaba a tientas, rozando todos los objetos sin tocarlos y paseando entre las sombras sus dedos destrozados. A cada paso murmuraba en voz baja: Honorina, ¿está usted ahí? ¿me oye usted?

Escuchó largo tiempo y no oyó otra cosa que el lamento dulce y melancólico de los sapos que cantaban al borde del camino. Descendió de su observatorio y llegó a gatas hasta el balcón, tan pronto bajando la cabeza para no ser visto, tan pronto levantándola para ver y oír. Volvió al sitio de donde el miedo le había arrojado y se aseguró de que Honorina dormía aún.

Lo llamó aparte después de los postres y lo condujo misteriosamente a su habitación. ¿Dónde está ella? le preguntó . la conoces; sabes dónde está oculta; ¡porque me la ocultan! Señor duque respondió , no a quien... Te hablo de Honorina. Ya sabes quién es, Honorina, la dama de la calle del Circo. ¿La señora Chermidy? ¡Ah! ¿ves cómo la conoces?

El 16 de septiembre lo condujo al hotel de la implacable Honorina y le probó, preguntándolo al conserje, que había partido con le Tas para las islas Jónicas. El duque pareció emocionarse menos de lo que se hubiera creído.

Con mucho gusto dijo el duque. ¿Cómo va la duquesa? Llego del campo y aun no he tenido tiempo de hacer ninguna visita. ¿Que cómo va la duquesa? . Creo que va a llorar. Está loco pensó el barón. El duque añadió sin cambiar de tono: Me figuro que Germana ha muerto y que Honorina se alegra de ello. Encuentro eso horrible y así se lo he dicho a ella misma.

Lloró como las tigresas deben llorar a sus cachorros. Arrancó el cuchillo de una grande y profundida herida que ya no sangraba; cogió en brazos a aquel hermoso cuerpo inanimado y le colmó de caricias locas. Si las almas pudiesen partirse en dos, ella hubiera resucitado a sus expensas a su querida Honorina. La cólera sucedió bien pronto al dolor.

Sus uñas se retorcían alguna vez sobre el plomo o se quebraban sobre el vidrio; sus dedos sangraban, pero no hacía caso; si se detenía alguna vez, era para secarse la sangre, para escuchar los ruidos que podían venir de dentro y asegurarse de que Honorina continuaba durmiendo.

Se le destrozaba el corazón ante la idea de que se hubiese matado por él. Los recuerdos del pasado se revolvían contra las afirmaciones del doctor y defendían victoriosamente la causa de Honorina. La multitud abrió paso al señor Stevens y a sus acompañantes. Guiados por los agentes llegaron a la cámara mortuoria. La señora Chermidy estaba en su cama con el mismo vestido que la víspera.

Sería una gran desgracia para nosotros decía corriendo con toda la velocidad de sus piernas . Soy un padre sin consuelo. No hay tiempo que perder. Voy a anunciárselo a Honorina. Ella me comprenderá, porque tiene buen corazón. Ella tendrá piedad de , enjugará mis lágrimas, y, quién sabe si... Cuando entró en el salón, sonreía con aire embrutecido.