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Actualizado: 29 de junio de 2025


El ex presidiario se estremeció como si el viejo pudiese leer en su conciencia. Pero el duque había cambiado de nota: lloraba como un niño. Hijo mío decía , no quiero tener secretos para ti. Es necesario que te anuncie la desgracia que nos amenaza. Honorina quiere matarse esta noche; se lo ha dicho al doctor y ha enseñado su testamento a mi yerno.

Pero cuando vio a su querida Honorina aparecer en un traje de mañana que representaba dos o tres años de su sueldo, se olvidó de caer en sus brazos, viró en redondo sin decir una palabra y se hizo llevar el equipaje a la estación de Lyón. Así es cómo el señor Chermidy me hizo entrar en la intimidad de su mujer. Otros pormenores los conozco por el conde de Villanera.

Tuvo miedo y se sentó un momento para calmar su angustia. ¡Honorina! gritó levantándose , ¿está usted muerta? Fue la muerte en persona la que le respondió. Tropezó contra un mueble y sus manos nadaron en un mar de sangre. Cayó arrodillado, apoyó los brazos en la cama y permaneció hasta que se hizo de día en la misma postura. No se preguntó siquiera cómo había podido ocurrir aquella desgracia.

¿Y la duquesa sabe algo? No, no cómo decírselo... Quería preguntárselo a Honorina... ¡Ea! ¡Que se vaya al diablo Honorina! Es lo que yo digo. Llamaron al barón para el whist y respondió, sin levantarse, que estaba ocupado, rogando a un amigo que tomase su puesto. Quería acabar la confesión, pero el duque le interrumpió diciéndole con voz ronca: Tengo hambre. Aun no he comido hoy. ¿De veras?

; hágame servir un cubierto. También tendrá usted que prestarme dinero, no me queda nada. ¡Cómo! , ; yo tenía un millón, pero se lo he dado a Honorina. El duque comió con el apetito voraz de un loco. Después, sus ideas parecieron aclararse. Era un espíritu fatigado más bien que enfermo.

No creo que pertenezca a una familia aristocrática; a los treinta y cinco años era capitán de la marina mercante y obtuvo embarque en un navío del Estado como oficial auxiliar hasta que, al cabo de dos años de navegación, el ministro le firmó su nombramiento de oficial. Fue en 1838 cuando puso su corazón y sus charreteras a los pies de Honorina Lavenaze.

Todos los hombres le dirán que sus salones son los más agradables de París, aun cuando no se encuentre a otra mujer que a la dueña de la casa. Pero Honorina se multiplica. El conde se apasionó por ella, llevado del mismo espíritu de emulación que perdió al pobre Chermidy.

Honorina se ocupaba del viejo con una ternura minuciosa; le hizo abandonar el departamento que ocupaba; le transportó a los Campos Elíseos con la duquesa y le compró muebles, cuidando de que no faltase nada en la casa y preocupándose incluso de los gastos de la cocina.

Honorina pareció sumirse en una profunda reflexión y ocultó el rostro entre sus manos. El duque se apoderó de ellas poniendo fin así a aquel eclipse de belleza. La señora Chermidy le miró fijamente, sonrió con melancolía y le dijo: Perdóneme usted, señor duque, y olvidemos nuestros castillos en el aire. Nos extraviábamos en el porvenir como dos niños en el bosque.

Borre esa frase. Está mal escrita. Las mujeres no escriben bien más que las cartas. No tienen la especialidad de los testamentos. Entonces, continúo: «Yo, Honorina Lavenaze, viuda de Chermidy, sana de cuerpo y de espíritu, lego todos mis bienes muebles e inmuebles a Gómez, marqués de los Montes de Hierro, hijo único del conde de Villanera. Y mañana por la mañana quedará rubricado. ¡Vaya usted!

Palabra del Dia

rigoleto

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